Es evidente que Galileo, siempre necesitado de dinero, ve en el nuevo artilugio la posibilidad de hacer negocio y se apresta a ello. Pero ante todo, él es un científico y su curiosidad le hace ser el primer hombre que eleva la vista y dirige el telescopio hacia el cielo.
Y lo que ve le deja perplejo.
Con su telescopio descubre montañas en la Luna. Una peculiaridad cósmica que se consideraba impropia de un cuerpo celeste. Según el modelo geocéntrico la superficie selenita debería ser lisa y no accidentada, como tan a las claras la mostraba el instrumento óptico.
Además, gracias a sus lentes, se podían observar numerosas estrellas no visibles a simple vista, que conformaban ese camino de apariencia lechosa llamado la Vía Láctea. Algo muy raro.
Pero es que también se podía ver cómo, alrededor del planeta Júpiter, giraban cuatro (4) lunas ¿Cómo iban a existir cuatro satélites orbitando allí, si las premisas geocéntricas decían que todos los cuerpos celestes lo hacían alrededor de la Tierra?
Por otro lado estaba el hallazgo de las manchas solares que evidenciaban que, también el astro rey era imperfecto.
¡Ah!, y sin olvidarnos del estudio de las fases de Venus que, de forma tozuda, probaba una vez más que, en este mundo, todos seguían una órbita en torno al Sol.
Eran malos tiempos, muy malos tiempos, para el geocentrismo.
Sin duda alguna lo que nos hizo ver Galileo cambió, y para siempre, nuestra manera de entender el universo. Lo hizo porque al poco tiempo, meses después, en 1610, publicó sus observaciones en la que sería su primera obra importante.
Un breve libro escrito en latín de nombre Sidereus nuncius o Mensajero sideral, que estaría llamado a revolucionar el panorama científico, filosófico y religioso.
Revolucionar pues, no en vano, las pruebas aportadas eran las encarnaciones que todo método científico necesita. Pero también suponían una amenaza para la fe. Lo dicho.
Galileo, una amenaza para la fe
Al poco de aparecer Sidereus nuncius, Galileo, fue denunciado por plantear graves problemas teológicos Para empezar iba en contra de lo que decían las Sagradas Escrituras ya saben, aquello de: “Y el Sol se detuvo, y se paró la Luna”.¿Es que no estaba claro lo que decía la palabra de Dios?
De ahí que en diciembre de 1614, el fraile dominico italiano Tommaso Caccini (1574-1648) denuncie al pisano. Lo hace en un sermón que pronuncia en Florencia y en el que critica, no solo de forma abierta el copernicanismo, sino que también denuncia, aunque de forma velada, al científico.
Es sin duda la primera batalla, el comienzo de la guerra ideológica que terminaría en el tribunal del Santo Oficio que ya les adelanté.
La comisión de teólogos consultores de la Inquisición Romana censuró la teoría heliocéntrica de Nicolás Copérnico y reafirmó la validez de la inmovilidad de la Tierra. El decreto se publicaría el 5 de marzo de 1616.
A partir de ese momento, la obra de Copérnico estuvo en el Índice de Libros Prohibidos hasta 1835. (Continuará)
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