Y hacia 1663 se despierta su interés por la investigación experimental de la naturaleza.
En 1665, al declararse en Londres la gran epidemia de peste, Cambridge cerró sus puertas por lo que regresó a Woolsthorpe, la pequeña aldea donde había nacido.
No volvió al Trinity hasta marzo de 1666, y de nuevo interrumpió sus actividades en junio al reaparecer la peste, no reemprendiendo definitivamente sus estudios hasta abril de 1667.
Anni mirabili
Sin embargo no fue un tiempo perdido. En una carta, el propio Newton describió estos años de 1665 y 1666 como su “época más fecunda de invención”, durante la que “pensó en las matemáticas y en la filosofía mucho más que en ningún otro tiempo desde entonces”.
Entre los logros de este bienio maravillosos se encuentran el método de fluxiones, la teoría de los colores y las primeras ideas sobre la atracción gravitatoria.
Una interacción ésta, que él relaciona con la permanencia de la Luna en su órbita en torno a la Tierra.
Bueno con ella y con una manzana.
Porque también, y como el mismo científico se encargó de propagar en los últimos años de su vida, fue por esas fechas cuando tuvo lugar el sucedido de la manzana que se cayó de alguno de los frutales de su jardín.
Una historia con intrahistoria que el mismo Voltaire se encargó de divulgar en letra impresa, gracias a que se la había contado la especial sobrina de Newton. Lo que no deja de ser algo suspecto.
Pues ya tenemos un nuevo nexo magnífico. Una manzana, una sobrina, una ley física universal y una gran mentira, todo en torno a Isaac Newton, quizás el hombre más decisivo en la historia humana, junto a Albert Einstein y, probablemente, Arquímedes.
Y hasta aquí, aunque no les dejo sin cerrar la entrada. El motivo de la misma no es otro que la vuelta de Newton a Cambridge, que tuvo lugar el 20 de marzo de 1666.
Es decir un día como hoy, solo que han transcurrido desde entonces trescientos cincuenta (350) años. Una fecha de las que cuentan en las Ciencias.
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