Estamos a finales del siglo XIX y el físico alemán Wilhelm Röntgen (1845-1923) -este 2015 celebramos también el ciento setenta (170) aniversario de su nacimiento-, estudiaba un nuevo tipo de radiación invisible al ojo humano, y que se desprendía de los tubos de Crookes, unos conos de vacío con un ánodo y dos cátodos, donde se investigaban los rayos catódicos.
El caso es que experimentando con las propiedades de esta radiación de naturaleza desconocida, al comprobar su capacidad de penetración, vio que podía atravesar hojas, cartones opacos y libros enteros, pero que era detenida por planchas del metal plomo (Pb).
Y entre unos y otro, quedaba la gran duda, ¿podría atravesar el cuerpo humano?
Sin entrar en detalles, y para ver qué tal barrera sería el cuerpo humano frente a estas misteriosas radiaciones, el 22 de diciembre de 1895, nuestro hombre no tuvo otra idea que colocar una placa fotográfica tras la mano de su esposa Anna y tenerla así expuesta a los rayos durante quince minutos (15 min).
El resultado ya lo conoce. Una vez revelada, la placa mostró que los huesos y el anillo no eran atravesados tan fácilmente, por lo que se podían ver. El asunto estaba en marcha.
Seis (6) días después Röntgen enviaba su primer informe a una revista científica, sobre lo que llamó rayos X (X de desconocido). Y al cabo de un año, un hospital de Glasgow ya contaba con un departamento de radiología.
Es lo que tiene el progreso, que no hay quien lo pare.
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