Ya saben. Esos en los que durante unos pocos días, no más de una semana -y de este undécimo mes de noviembre, que no noveno si nos fijamos en su etimología-, se produce un ligero ascenso de las temperaturas. Un “veranillo” que decimos.
Pero el caso es que cada vez que oigo el refrán me asaltan un par de dudas.
Una es mera curiosidad meteorológica, el veranillo de San Martín, ¿es leyenda o realidad? La otra es desazón religiosa, ¿qué tiene que ver el santo con una estación astronómica? ¿Su vínculo no es con el cerdo, con un animal?, con perdón.
Bien, vayamos por orden y empecemos con el “veranillo”.
A propósito del “veranillo”
En general, con este término coloquial, se hace referencia a una fenomenología atmosférica de carácter anual, que suele y puede ocurrir desde finales del verano hasta bien cumplido el otoño. En su transcurso la temperatura ambiente asciende por encima de los valores medios anteriores, para luego continuar con la tendencia de bajada típica y propia de las postrimerías del estío y el discurrir de la estación otoñal.
Así que existen varios veranillos. En particular, y en su momento, vino a este negro sobre blanco uno de ellos, el “veranillo del membrillo”.
También llamado “veranillo de San Miguel” y “veranillo de los arcángeles” por razones más o menos conocidas. Baste con reseñar que San Miguel se celebra el día 29 de setiembre y es también la festividad de los arcángeles San Gabriel y San Rafael.
Bueno, pues ahora le toca a San Martín, cuya festividad será el próximo 11 de noviembre. Pero está visto que, dadas las fechas en las que estamos y las temperaturas que disfrutamos, la previsión meteorológica refranística viene algo adelantada.
Y de la estación astronómica pasamos al santo Martín.
A propósito de San Martín
Del vínculo que hay entre ellos no existe duda alguna. Nacido en la actual Hungría, quien terminó siendo San Martín de Tours (316-397), uno de los santos más populares del cristianismo, tuvo unos comienzos bien alejados de la religión.
Educado en Pavía, con quince (15) años ingresó en la guardia imperial romana, y fue durante este periodo cuando, supuestamente, ocurre el sucedido que da lugar a la leyenda.
Parece ser que a finales del año 337 y al pasar por la puerta de la ciudad de Amiens, se fijó en un mendigo que tiritaba de frío dada su escasa vestimenta.
Apiadándose de él, cortó su capa en dos y le dio una de las mitades quedándose con la otra pues, cuenta la leyenda, su honradez le impedía desprenderse de ella en su totalidad, al pertenecer al ejército romano en el que sirve. Un hombre honrado y caritativo, que tuvo su compensación.
Cuenta la leyenda que el Señor lo “recompensó” y que lo hizo por partida doble.
Primero enviando a la Tierra una meteorología suave y templada durante unos días, para así mitigar los rigores del incipiente invierno y que no pasara tanto frío con la media capa.
Quiero pensar que Dios también pensó en el frio del mendigo y, por extensión, en el de todos los menesterosos necesitados de abrigo.
Aunque si les he de ser sincero la leyenda solo habla del santo.
Y segundo apareciéndosele una noche, vestido con la media capa que le había dado al mendigo y sonriéndole.
Todo un hecho revelador que Martín no pudo obviar. En cuanto pudo se salió del ejército, se bautizó y se unió a los discípulos de San Hilario en Poitiers.
Así comenzaba su vida y obra como religioso.
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