Una falsa y teatrera representación de lo sucedido en realidad que, para más inri, sucedió no hace mucho, en pleno siglo XX.
Para que digan luego del progreso. Cosas de hombres. Uno de los problemas que tienen las mujeres en estos asuntos.
Fotografía 51. Argumento científico
La obra está centrada en la parte de la vida de Rosalind que transcurre desde que llega para trabajar a uno de los laboratorios del King´s College de Londres.Por entonces era una mujer joven, sana, trabajadora y entusiasta; y como científica su fama de metódica y brillante la precedía.
Unas circunstancias que con el tiempo cambiarán y algunas, poco a poco, incluso se irán apagando, al sentirse aislada como persona y ninguneada como profesional. No en vano está en un mundo de hombres.
Un aislamiento al que ayudaron, todo hay que decirlo, su personalidad reservada y discreta, no se puede decir que fuera extrovertida, y la temprana detección de dos tumores que resultarían mortales.
Pero eso no es óbice para reconocer que su labor está ahí y no se puede, o al menos no se debe, obviar ni ocultar.
El desoxirribonucleico es el ácido que contiene las instrucciones genéticas necesarias para el desarrollo y funcionamiento de todos los organismos vivos que conocemos, incluidos algunos virus. Él es el responsable de la transmisión hereditaria.
Se puede decir que la función principal de la molécula de ADN es el almacenamiento a largo plazo de información. Es decir algo primordial. Y es por ella, por Rosalind, por quien sabemos lo que sabemos de él, el ácido nucleico de marra.
Un descubrimiento que a ojos de muchos de sus contemporáneos, no mereció el menor de los reconocimientos.
Rosalind Franklin murió en 1958, con tan solo treinta y ocho (38) años, cuatro (4) antes de que sus compañeros de investigación Francis Crik (1916-2004), James Watson (1928) y Maurice Wilkins (1916-2004) recibieran el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1962.
Fotografía 51. Motivaciones personales
“Si no era ahora, no lo habría hecho nunca”, es una de las respuestas con la que la actriz australiana Nicole Kidman (1967), justificaba el nuevo reto teatral en el que se había embarcado.Y es posible, tan sólo es mi opinión, que haya acertado de pleno en el momento elegido. Lo pienso así, al analizar algunas de las circunstancias que lo rodean. Vean si no.
Para empezar no es descartable la motivación profesional.
Que haya sido la propia autoestima de la actriz la que la haya apartado de las cámaras cinematográficas, y llevado a las tablas del escenario, en un intento por despojarse así, de una supuesta etiqueta reduccionista de “estrella de Hollywood”.
Ya ven por donde voy, y estarán conmigo que es humano, incluso loable, si así fuera.
Por otro lado, es conocido su compromiso por la igualdad de género. Y sin duda esta obra sobre la vida y el trabajo de la Franklin, supone toda una reivindicación en estos albores del siglo XXI, de la figura profesional de la mujer.
De la mujer relegada en muchos aspectos, en sus campos de desarrollo profesional, simple y exclusivamente, por razones de género. Por no ser hombre.
Pero no sólo de igualdad de la mujer va esta reivindicación. (Continuará)
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