Con una prometida historia sobre Elizabeth Garret Anderson (1836-1917), la primera mujer europea en licenciarse en Medicina. En concreto lo consiguió el 28 septiembre de 1865. Sí, hace sólo ciento cincuenta (150) años.
Nada más que un siglo y medio. Para que luego hablen de igualdad.
Garret y Blackwell, dos Elizabeth
Nacida en el seno de una familia numerosa, con una posición y economía media alta, tuvo durante sus primeros años una esmerada educación. Una circunstancia poco habitual en la mayoría de las mujeres de su época, pero que a ella le resultaba insuficiente.
Y es que, a pesar de su juventud, eran muchas las inquietudes intelectuales que tenía y no pocos los campos de conocimiento que le atraían.
Cuando en 1859 asistió en Londres a unas conferencias que daba la destacada médica estadounidense Elizabeth Blackwell (1821-1910), sus palabras le impresionaron.
No en vano la Blackwell era la primera mujer en ejercer la profesión de médico en los Estados Unidos, o bien dicho, en todo el mundo.
Tras ser rechazada como estudiante por diez (10) universidades, fue admitida en Ginebra, Nueva York, y el 11 de enero de 1849 se convertía en la primera mujer en recibir el título de licenciada en medicina de los Estados Unidos. Toda una odisea
Además Elizabeth la pudo conocer y tratar personalmente, lo que resultó definitivo. Estaba decidida y la suerte para ella, estaba echada. Sería licenciada en medicina. Y lo sabía.
Lo sabía, igual que no ignoraba que el camino que iba a emprender no era fácil. De entrada, estudiar en Inglaterra era poco menos que imposible, y hacerlo en el extranjero era caro. Y no corrían buenos tiempos en la economía familiar.
Derribando muros
Pero no fue hasta 1860, con veinticuatro años, cuando, por unos motivos u otros, pudo empezar su formación médica. Además hay un hombre que le gusta y pronto habrá boda. Lo natural.En cualquier caso mucha actividad, una situación que ya veremos será constante en su vida.
Para empezar, la de estudiante es toda una carrera de obstáculo. En ningún centro universitario es bien vista su llegada. Y las razones aducidas no son otras que los típicos prejuicios esgrimidos en contra de la educación de la mujer.
En unos no se la dejaba matricularse por no permitirlo los propios estatutos. En otros, por no considerarse los conocimientos médicos “adecuados” para una dama. Y en esotros, por pensar que la decisión de matricularse, obedecía más al capricho de una dama aburrida, que a un auténtico deseo de aprender medicina.
En fin.
Pero los hechos demostraron todo lo contrario. Y es que el tiempo demostró que sus conocimientos no sólo igualaban a los de sus compañeros, sino que los superaban. Para muestra valga un botón anecdótico.
Resulta que en cierta ocasión, ella fue la única capaz de responder a una pregunta que el profesor realizó en clase. Una intervención que, como se puede imaginar, no sentó nada bien a la “machada universitaria”.
Lo que no se podrá imaginar es la reacción que tuvieron. (Continuará)
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