Y antes de que esto ocurra, me gustaría confesar a la audiencia del programa que lo hago con dos sentimientos encontrados. Uno, actual y presente, de satisfacción. El otro, pasado pero aún presente, de culpabilidad.
Empecemos por el primero, por el de satisfacción.
Ni que decirles tengo que estoy feliz por poder hablar de ciencias con Sara y hacerlo en un nuevo, otro, curso radiofónico. El de 2015-2016. Uno más.
Esta entrega de hoy pertenece a la cuarta (4ª) temporada y hace ya el número ciento catorce (114). O lo que es lo mismo, es el centésimo décimo cuarto o, como diría aquél ministro, el ciento catorceavo. Qué pena de educación.
Pena, porque está visto que la LOGSE ha terminado provocando víctimas en las dos trincheras del sistema educativo, la del alumnado y la del profesorado. Pero a lo que estamos. Digo que es ya el ciento catorce (114).
Que no es que sean muchos, pero que bueno, tampoco se puede decir que sean pocos. Máxime si tenemos en cuenta que es una actividad de frecuencia semanal y, sobre todo, que el responsable de la misma es un tal Carlos Roque. O sea.
La cuarta (4ª) temporada pues empezamos el jueves 11 de octubre del Año del Señor de 2012 o 2012 d. C., es decir después de Cristo, como tuvimos ocasión de puntualizar en el anterior programa, el primero del verano.
Un ‘Cita con la ciencia’ de la mano de Amelia Reja
Sí. Pues en esa ocasión, lo presentó la compañera Amelia Reja a finales del pasado junio. Y lo hizo como ella hace las cosas, profesional y estupendamente.
Fue el último jueves de ese mes y de él surge el segundo de mis sentimientos encontrados, el de culpabilidad. Un sentimiento que no nace del programa en sí, sino de mi comportamiento en él.
Culpable les digo y avergonzado añado, pues fue el último antes de mis vacaciones y resulta que no me despedí ni de Amelia ni de los escuchantes.
Como comprenderán estamos ante una conducta inadmisible en cualquier persona y mucho menos en mí a quien, desde muy pequeño, me enseñaron a despedirme de las personas, en el caso que me fuera a marchar de su presencia.
No. En casa de mis padres, ni a mis hermanos ni a mí, se nos permitía en absoluto, eso de “despedirse a la francesa”. Y mismamente, mire usted por donde, eso fue lo que hice. Qué me dicen.
Un relato de los hechos
Acabamos la sección como si fuera una más, como si el jueves siguiente fuéramos a continuar, pero hete aquí que no fue así. Esto ocurrió el pasado 25 de junio y hoy estamos a 17 de setiembre, es decir que en el ínterin han pasado doce semanas. O lo que es lo mismo. Una docena de semanas, si contamos como se cuentan los huevos, que se dice pronto. O sea, ochenta y cuatro (84) días que dicho así, hasta parece más. O casi una estación astronómica, la del verano que se nos va.
Y coincidirán conmigo que no es poco.
Bueno pues con todo lo dicho, a quien ahora leen, no se le ocurrió otra cosa que marcharse sin despedirse. Así sin más. Lo dicho. Imperdonable.
Presentación de disculpas
Es por lo que aprovecho tal día como hoy, ahora en el blanco y negro de esta tribuna bloguera y en unas horas en las ondas hertzianas del programa, para presentar mis disculpas a los escuchantes, y por si este gesto sirviera de algo. Y tan solo las presento, porque no voy a cometer la osadía de, después de haber actuado mal, encima, pedirles que me disculpen. No. Eso no sólo sería un comportamiento inllevadero a cualquier parte.
Sería lo siguiente o peor aún, resultaría del todo impresentable como actitud.
Únicamente puedo añadir a modo de atenuante que en esta vida, en principio, es el hombre quien propone, pero son las circunstancias las que al final, y en no pocas ocasiones, disponen. Cuando no mandan y exigen.
En cualquier caso entono un mea culpa y me despido. Adiós.
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