La segunda es de carácter documental. Y empieza treinta (30) años después de su muerte, en 1926, como consecuencia de un artículo aparecido en el diario El Noticiero Sevillano.
En él se recordaba la muerte de Antonio Susillo, el carácter temporal de su sepultura y los riesgos que esta situación entrañaba, si no se le daba una solución definitiva. Así es como se intentó despertar en la ciudadanía, la necesidad de hacer un reconocimiento al escultor.
De la respuesta sevillana
Pues ante semejante planteamiento periodístico la Sevilla de la época despertó y lo hizo a lo grande. Consideró que no había mejor sitio para que reposaran los restos del escultor, que a los pies de su obra, el Crucificado de Susillo.Una solicitud que familiares y artistas cursaron al Ayuntamiento, que concedió el permiso necesario y asignó los fondos suficientes para la obra, que concluyó el veintidós de abril de 1940.
Habían transcurrido cuarenta y cuatro (44) años, desde que murió el artista.
Y desde entonces está allí, enterrado a los pies de su crucificado, su obra más reconocida pero no la única que hay en Sevilla.
Sin entrar a mencionar las muchas que realizó y que se encuentran en París, Roma y otras partes del mundo, en nuestra ciudad conservamos entre otras:
Las doce (12) estatuas que componen la Galería de sevillanos ilustres, ejecutada en 1895 y que coronan la fachada lateral del Palacio de San Telmo, la que está situada en la calle Palos de la Frontera.
La estatua de Miguel de Mañara, sita en los jardines del Hospital de Caridad y realizada en 1902, con posterioridad a la muerte del escultor, a partir de la figura que había realizado para la galería de la fachada de San Telmo.
Igualmente están las de Luis Daoíz en la plaza de la Gavidia; Velázquez en la Plaza del Duque; etcétera.
Y de la leyenda al milagro. O lo que es lo mismo, ¿cómo pasó de llamarse Crucificado de Susillo a Cristo de las Mieles?
¿Cómo pasó de llamarse Crucificado de Susillo a Cristo de las Mieles?
Pues porque la leyenda, que veía en la talla la causa de la muerte del imaginero, bien pronto dejó paso al milagro.Bueno a un supuesto milagro.
Y es que el Cristo empezó, nada menos, que a llorar. Pero no lágrimas normales, no agua salada como hacemos los humanos y que ya sería un milagro de por sí, pues estamos hablando de una escultura de bronce. No.
Lágrimas de miel. O sea, un milagro no. Lo siguiente.
Un meloso sucedido en los años cuarenta del siglo pasado, que cualquier “coronel tapioca” de la actualidad hubiera convertido en un episodio de la televisiva serie Expediente X o en el “bautista” argumento de alguna que otra “crónica del misterio” radiofónica.
En cualquier caso una nueva milonga esotérica, un nuevo timo mistérico gracias a que, como es sabido, la estupidez insiste. Y por desgracia insiste, siempre.
No obstante, por suerte, la realidad a veces se muestra tozuda ¿Cuál es la historia del supuesto milagro?
De la mentira y la verdad del milagro
Al parecer todo empezó cuando uno de los cuidadores del cementerio -unos meses después de haberse trasladado a los pies de la cruz, los restos del artista-, se dio cuenta de un fenómeno sorprendente.El crucificado esculpido por Antonio Susillo lloraba miel. Tal como lo leen. Era así. Y durante un tiempo los sevillanos pudieron comprobarlo por sí mismos: de los ojos y la boca del Cristo brotaba miel. (Continuará)
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