Pero si lo hacemos a medio y largo plazo, a escala de tiempo astronómico, entonces lo que vemos cambia. Basta con echar unos números.
Si no se añadiera el segundo extra de marra, en sesenta (60) años que transcurrieran, la diferencia sería ya de un minuto (1 min), y en seiscientos (600) años, de una hora (1 h). Unas cifras que, estarán conmigo, no son asunto menor, y eso que sólo hemos contabilizado el paso de seis (6) siglos.
Visto desde esta perspectiva, si diéramos marcha atrás en el tiempo, digamos, por decir algo, cuatrocientos millones (400 000 000) de años, observaríamos que el día terrestre no duraba las casi veinticuatro horas (24 h) de ahora, sino tan solo veintidós horas (22 h).
Es decir que el año por aquellos antañones, no tenía trescientos sesenta y cinco (365) días sino, algo más, cuatrocientos (400).
Y si desde el mismo enfoque, ahora nos proyectáramos hacia el futuro, veríamos que los días duran cada vez menos y que los años tienen, por tanto, menos días, dado que la Tierra girará cada vez más lentamente.
Se estima que en un futuro remoto se habrá frenado lo suficiente, como para dar una vuelta completa sobre sí misma (movimiento de rotación terrestre), en el mismo tiempo que requiere la Luna para girar una vez alrededor de la Tierra (movimiento de traslación lunar).
Una ralentización en el giro, que tiene sus consecuencias y que obedece, como es lógico, a unas causas. Como siempre en el universo, causa y efecto. Empecemos por el principio, por las causas.
Causas de la ralentización
Entre otros factores que hacen que la Tierra se frene en su movimiento de rotación se encuentran las mareas oceánicas motivadas por la Luna, la cobertura de hielo, las dinámicas del núcleo planetario, etcétera. Y de todos ellos el de mayor influencia es el primero, el de la fricción de las mareas.Él es el que, mayoritariamente, hace que la esfera terráquea gire a un ritmo no constante (ω≠ cte) alrededor de su eje. Que rote de forma irregular, unas veces más deprisa y otras más despacio, si bien en la actualidad la tendencia es la de ir más despacio.
La de frenarse como lo hace un trompo que gira sobre una superficie.
Y es que la interacción gravitatoria de las mareas, es una fuerza que origina una aceleración de marea de la Luna, dando lugar a una protuberancia que se ve impelida por el movimiento de rotación de la Tierra.
Una deformación que, desde el punto de vista teórico newtoniano, produce un momento, momento dinámico, que se ejerce sobre la Luna acelerándola, mientras se ralentiza la rotación terrestre.
He aquí la razón, no solo de la disminución gradual de la velocidad de rotación del planeta, sino el motivo del alejamiento progresivo del satélite, a razón de unos cuatro centímetros (4 cm) por año.
Lo que lleva a la situación astronómica conocida como de fijación de marea o anclaje mareal. Unas expresiones que describen el hecho de que un cuerpo celeste, que gira alrededor de otro, lo haga siempre con la misma cara hacia el cuerpo que está orbitando.
Un caso muy conocido es el de la Tierra y la Luna. Por cierto, ¡¡nunca veremos a la Luna girar cómo está viendo a ésta!!
Efectos de la ralentización
Antes proseguir con ellos me gustaría aclararles algo. Esa fricción o rozamiento nunca llegará a detener por completo al planeta en su giro. Y digo nunca no por razones dinámicas, sino temporales. La desaceleración que experimenta nuestro planeta es tan, tan, tan lenta que no habrá tiempo suficiente para que llegue a pararse, por la sencilla razón de que el Sol lo (nos) habrá destruido antes.
Lo que ocurrirá cuando se convierta en una gigante naranja, dentro de unos seis mil millones (6 000 000 000) de años aproximadamente.
Para entonces, a saber dónde estaremos nosotros. Pero lo que sí les puedo asegurar es que el planeta azul, aún se estará moviendo alrededor de su eje. (Continuará)
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