viernes, 19 de junio de 2015

Ada, mi princesa del paralelogramo

(Continuación) Prueba de lo primero que les decía es que, tras superar la enfermedad, Ada se convirtió en una espléndida amazona.

Y de lo segundo, su formación, es el hecho de que empezó con lingüística y música, siendo su instrumento preferido el arpa. Para después continuar con la geografía, que pronto sustituyó por astronomía y matemáticas, sus favoritas.

Quizás por ello algunos exégetas digan, que en la distancia, su padre se refería a ella como “Mi princesa del paralelogramo”. Obsérvese la presencia del pronombre posesivo “mi”, en la expresión referida a la hija, inexistente en la dedicada a la madre. Una cuestión de amores.

En salones con relojes de época
Ni que decir tiene que fue el selecto entorno familiar en el que se crio, el que hizo posible que Ada fuera educada por los mejores docentes de Londres. Y en un mundo de tés a las cinco y veladas musicales, una muchacha de apariencia frágil hacía cálculos y desarrollaba lógica.

Entre otros tuvo como profesora de matemáticas a Mary Somerville (1780-1872), que llegó a ser reconocida como “La reina de las matemáticas del siglo XIX”, así que, de alguna forma, todo quedaba en la “realeza científica”. De reina a princesa.

Y la Somerville se convirtió en un referente importante para Ada. Ella orientó sus lecturas y le proporcionó libros y artículos para sus estudios matemáticos. Y su tutor fue nada menos que el matemático Augustus De Morgan (1806-1871), o sea que bien.

Aunque en puridad, para explicar el posterior desarrollo científico de Ada, es necesaria en esta historia, la presencia de otro personaje. El matemático y científico de la computación británico Charles Babbage (1791-1871).

El comienzo de una gran amistad
A quien Ada conoce en 1832, con apenas diecisiete (17) años y en los salones de Mary Somerville, donde él presentaba su Máquina Analítica.

Junto con su madre, Annabella, fue a ver la “máquina pensante”, la Máquina de diferencias finitas, la calculadora mecánica de uso general de Babbage. Y en ese encuentro, ambos, la joven y el adulto, se causaron una fuerte impresión.

Ella cautivada por las transgresoras ideas de las máquinas de Babbage. Y él atraído por los conocimientos matemáticos y aptitudes intelectuales de la joven. Así se inició una amistad que duró dieciocho (18) años, y que sólo acabó con la temprana muerte de Ada.

Y como puede imaginarse, al poco tiempo, Babbage la invitó a su laboratorio. Quería que estudiara una pequeña parte (2000 piezas) que tenía montada, de lo que él llamaba ‘Máquina Diferencial’ (25 000 piezas), y que fue la primera calculadora mecánica de la que se tiene noticia.

Dicen que la ciencia avanza que es una barbaridad, y el proceso simplificador del cálculo no podía quedarse atrás. También avanzó, y lo hizo mucho más, cuando la tecnología pudo estar a la altura del hardware de Charles y del software de Ada. Era inevitable. Cuestión de tiempo.

Entre científicos
Desde ese momento la colaboración entre ambos fue intensa, y Ada empezó a mantener correspondencia con otros científicos de la época. Científicos del nivel de Michael Faraday, Charles Wheastone y John Herschel entre otros.

Y abro aquí un paréntesis, porque no puedo dejar pasar la ocasión para poner, negro sobre blanco, un muy breve prontuario de ese trio de mosqueteros del siglo XIX.

Empiezo con el físico y químico británico Michael Faraday (1791-1867), relacionado con los campos de conocimientos del electromagnetismo y la electroquímica. Autor de descubrimientos de fenómenos como la inducción electromagnética, el diamagnetismo y la electrólisis. Y protagonista de algunas anécdotas, como las que relacionan la electricidad con la política. Lo dejo aquí.

El segundo espadachín es el científico e inventor británico Charles Wheatstone (1802-1875), a quien personas de mi edad pueden recordar por haberlo estudiado en la universidad.

Bien por haber utilizado en el laboratorio el aparato que lleva su nombre, el puente de Wheatstone, para medir resistencias eléctricas. O por haber sufrido la resolución de sus problemas, en algún que otro examen.

Un hombre conocido no sólo por este invento, sino por ser muy, muy, tímido, créanme. (Continuará)


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