miércoles, 6 de mayo de 2015

Un CSI para Cervantes


Si hacen memoria recordarán como -con aires de televisiva CSI, ya saben, Investigación en la eScena del Crimen-, los restos del señor Cervantes abrían, y a lo grande, noticiarios televisivos y radiofónicos, periódicos digitales, redes sociales, etcétera.

Y con la noticia un aluvión de supuestas pruebas experimentales y métodos científicos.

Desde técnicas como la de georradares, usados para la elaboración de un mapa tridimensional del subsuelo; hasta la termografía, que permite identificar cavidades donde pudieron realizarse enterramientos. Pasando por los exámenes de huesos de numerosos cadáveres.

Y eso sí. Muchos, muchos, análisis tanto históricos, como arqueológicos y antropológicos.

Si bien ninguno, ni uno solo, con carácter definitivo como el examen genético del ácido nucléico ADN, abreviatura del ácido desoxirribonucleico.

Por desgracia se trata de una prueba casi imposible de realizar a falta, tanto, de restos que lo pudieran proporcionar, como de restos con los que efectuar la comparación.

Resulta que es muy deficiente el estado de los huesos encontrados, como para poder extraer de ellos ADN y, para más inri, no existe un perfil genético con el que compararlos.

Como saben Don Miguel no tuvo hijos y los únicos restos conocidos de un familiar -los de su hermana, enterrada en 1623-, se hallan en un osario común en Alcalá de Henares. Un mal asunto se mire por donde se mire. Una callejuela sin salida o casi, que diría la copla.

Y por supuesto, vuelvo a la noticia, todo bien embadurnado con una buena mano de publicidad mediática y oportunismo noticiable. Lo que es en definitiva, el poder de los medios.

Una buena mezcla sin duda -aunque algo heterogénea quizás, y falta de algún componente que otro, también- que ha conducido a los escasos resultados científicos ya conocidos.

De los deseos y la realidad
O lo que es lo mismo. Todo ha quedado en una atropellada explicación científica que dice más, del deseo humano de certificar la presencia de los restos, que de la certeza empírica de haberlos encontrado.

O lo que es lo mismo. Mucho de indicios especulativos y evidencias no contradictorias y poco de pruebas concluyentes. O lo que es lo mismo. De los deseos y de la realidad, que nos dice el culto.

El caso es que, en vísperas del cuatrocientos (400) aniversario de la muerte de Cervantes, tendrá lugar el próximo 22 de abril de 1616, se ha terminado hablando más de la ciencia de sus huesos, que del arte de sus escritos.

Lo que no deja de resultar paradójico dado lo poco que hay de la primera y lo mucho que tenemos de la segunda.

En fin. Creo que a estas alturas de mi exposición, no les sorprendo si les digo que son muchos los que, en este asunto, ven bastante de incertidumbre científica, otro tanto de oportunismo político y nada, casi nada, de interés por el escritor y su obra.

Tal como escribiera por esas fechas el poeta gaditano José Manuel Caballero Bonald, precisamente Premio Cervantes 2103: “Hay que hacer justicia con la persona de Cervantes, no con sus restos”. Pues eso mismo digo yo, con su permiso claro.

Algo lapidario, ya. Pero qué quieren, me importa mucho más su obra que sus huesos.

Sin confirmación morfológica tampoco
Sin prueba genética de ADN les decía, y sin confirmación morfológica de sus huesos les digo ahora. Unos huesos en los que se esperaba encontrar pruebas sobre aspectos claves de la vida del escritor. Las mismas que todos estudiamos en el colegio y están asociados a su vida.

Por ejemplo, las secuelas morfológicas que la batalla de Lepanto le dejó en el cuerpo: esa mano izquierda atrofiada, que no manca; los vestigios de plomo por arcabuzazos, etcétera.

O la huella de los años sobre su dentadura, de la que el propio autor confesó algunos detalles en el prólogo de Novelas ejemplares, su obra publicada en 1613: “Los dientes, ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos”.

¿Qué ha dicho la ciencia forense de 2015 de todo eso?

Pues hasta ahora, y a mi corto entender, “mucho ruido y pocas nueces”. Perdonen la referencia shakesperiana y en la siguiente entrega les resumo lo que sé, empezando por una línea del tiempo.

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