No pensaba editarlo en este negro sobre blanco bloguero, pero un amable seguidor del programa radiofónico ‘Cita con la Ciencia’ donde sí lo llevé, así me lo ha sugerido. Fue cuando me dije, ¿por qué no?
Así que, aunque con algo de retraso, ahí va. Además, con el título y la imagen poco más hay que decir para empezar. Ella es Toya Graham, una madre que no duda en llevarse a casa y por la fuerza, a empellones y guantazo limpio, a su único hijo Michael.
Un adolescente de dieciséis (16) años que está participando en la protesta callejera, por la muerte de un vecino a manos de la policía. Precaución por lo visto. Ya sabemos algo de cómo las gastan en los EEUU.
La escena transcurre durante los graves altercados producidos, en uno de los barrios más deprimidos, si no el que más, de la ciudad de Baltimore. Un momento y un lugar que nadie quiere para nadie, y menos si es un ser querido. Caución por tanto.
Una escena tragicómica
Como la historia tiene ya varios días, y habrán leído sobre ella, si me lo permiten no voy a entrar en otras consideraciones éticas, morales, sociales o educativas. Prefiero quedarme con la escena. Esa en la que una madre -que cree en peligro la vida de su hijo, y no está falta de razón-, no duda en zurrarle en público para sacarlo de la calle y llevarlo a la seguridad del hogar.
Y es que el joven, si se fijan, para más inri, va embozado y encapuchado. Un peligro potencial para un policía.
Visto el entorno, la escena puede resultar incluso tragicómica si quieren, pero ella lo tiene claro. Hará cualquier cosa por apartar a su hijo de ahí. Vamos. Lo hará todo, con tal de que no se lo devuelvan como a Fredie Gray, el vecino muerto.
Sin menor asomo de arrepentimiento
Y por supuesto, una vez pasado todo, no se arrepiente de haberlo hecho. Es más. Si fuera preciso, lo volvería a hacer, afirma de forma convencida. De forma convencida, como convincente es la escena en la que ella agrega: “Él sabe que lo quiero” y él, su hijo Michael, asienta con la cabeza.
No sé si coincidirán conmigo, pero eso se llama amor, amor de madre. La sublimación del amor humano por antonomasia.
Amor de madre, como esa frase que se solían tatuar los legionarios y que refleja un sentimiento único. Un sentimiento del que tiene mucho que decir la ciencia. Y aquí es donde les quería llevar, al huerto. Al huerto científico, entiéndanme.
Trato de decirles que si nuestro nobel Severo Ochoa, nos dejó dicho que “La vida es casi explicable, si no en su totalidad, en términos de Física y Química”, hoy estamos en condiciones de decir que el amor materno es explicable (o casi), en términos de química cerebral.
A mí al menos me lo parece, o quiero que me lo parezca, tras la escena de madre e hijo. Para ella, en esos duros momentos, carece de importancia cualquier consideración social que le hagan.
Le importa un comino que vivamos unos tiempos en los que predomina una educación “blandiblú” y pusilánime sobre nuestros hijos. Ni le preocupa lo más mínimo, lo mejor o peor visto que puedan quedar, socialmente hablando, sus acciones manuales sobre su hijo.
Ella sólo ve el peligro que le acecha. Y es su hijito, aunque ya tiene 16 “tacos”.
Y sí, me gusta la señora Toya Graham
Qué quieren que les diga. Me fumo un puro con todo lo escrito en contra del método que emplea. Para mí es una “madre coraje” que sólo se deja llevar por el amor protector que siente hacia su hijo.
Sí. Me gusta, me gusta mucho, Toya Graham. Pero a lo que iba. Lo de amor de madre es algo más que un dicho. Ese de que "una madre es para cien hijos y cien hijos... " (Continuará)
no entiendo la ultima cita de kos hijos...
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