Ese óxido rojizo que se forma en cualquier superficie de hierro por la acción del aire húmedo, y que por supuesto se forma también en el interior de las tuberías de hierro que, hasta no hace mucho, se utilizaban para la conducción del agua en nuestra ciudad.
Un orín que aflora porque el cloro disuelto en el agua, en su labor de limpieza, disuelve ese óxido incrustado en el interior de las tuberías arrastrándolo en su marcha. El mismo que al salir, se deposita sobre la superficie tintándola.
En cualquier caso conviene aclarar que se trata de un tintado que no daña a la piedra desde el punto de vista químico. No lo hace porque las fuentes restauradas recientemente, ya están tratadas para este fin, y cuentan con una película protectora.
Otra cuestión es la faceta estética del asunto y la forma de eliminar la susodicha capa de orín.
De la primera ya saben lo que pienso. Para gusto los colores y para colores, las flores. Por lo que lo dejo ahí, en todo lo alto.
Y de la segunda les diré que, en principio, no es especialmente difícil eliminar este orín. Su limpieza resulta sencilla y rápida, siempre que la piedra esté tratada con esa película protectora, porque si no, la cosa cambia.
Cambia y a peor, porque por lo general suele tratarse de un tipo de piedra porosa y, por tanto, difícil de limpiar.
Nuevas cuestiones
En todo caso, difícil o no, para dicha limpieza se necesitarán recursos municipales de todo tipo (de personal, económico, de gestión, etcétera) que, de no ser así, podrían ir destinados a otras necesidades de la ciudad. Como siempre un conflicto de prioridades, que me lleva a plantear dos nuevas cuestiones. Una ¿Está demostrado que este óxido no supone ningún daño para la piedra? Dos ¿Significa que estamos condenados a limpiar las fuentes cada equis tiempo?
De la primera, la de los futuribles daños, les diré que hasta donde he podido averiguar, no parece que el óxido produzca ningún efecto negativo sobre la piedra. Pero precaución. Digo ninguno, por ahora y que se sepa.
Y es que tengo para mí como cosa más que probable, que el del tintado de orín sea uno de esos fenómenos que, para medirlos de forma adecuada, necesitemos de una escala de tiempo geológico y biológico, más que de una de tiempo humano.
Un cambio de escala que como estudiamos en el bachiller es muy, muy, significativo. Así que habrá que dar tiempo al tiempo y ya veremos si el tiempo, tiempo nos da.
Y con respecto a si estamos condenados a limpiarlas de por vida, la segunda cuestión, yo creo, es una opinión, que sí, sí.
Sí porque -ya de entrada y en principio, tal como está- es inevitable el teñido anaranjado-rojizo. Y sí porque, ahora de salida, por diversos motivos, estético o de posible daño, se debe acabar con esta capa depositada sobre algunos de los elementos de nuestro conjunto histórico monumental.
Una eliminación que habrá que realizar de la mejor forma posible.
Trato de decirles que la solución definitiva del problema no tiene nada de simple. Y no lo tiene porque no debemos olvidar un hecho: no se puede prescindir del tratamiento con cloro al agua. Es un punto de partida irrenunciable en todo este asunto.
Así que esa solución definitiva deberá pasar, antes que después, por sustituir las viejas tuberías de hierro (Fe) por unas, por ejemplo, de cobre (Cu). Y eso es algo costoso de llevar a cabo, de principio. Y más costoso aún, además de engorroso de explicar, si lo hacemos de final.
Tan costoso de principio es que, cuando muchos de estos monumentos se restauraron, ya se desestimó la opción el cambio de tuberías, por encarecer en demasía la operación. No les digo ahora que, en algunos de ellos, se acaba de invertir una importante suma de dinero en su restauración.
¿Cómo justificar el hecho de no haber cambiado las tuberías entonces, cuando ahora va a resultar mucho, mucho, más caro? Lo dicho un engorro.
¿Qué se va a hacer con el reciente orín de los monumentos de Sevilla?
No entinedo eso que usted dice de la enfermedad del bronce
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