(Continuación) Desde la psicología, psiquiatría, hipnosis, medicinas naturales (fitoterapia, naturopatía, parto casero, hidroterapia, ingesta de agua de mar), la diluida homeopatía y una de sus hijas bastardas, las flores de Bach.
Hasta las medicinas “tradicionales” orientales y otros cuentos, como la china acupuntura y sus hijas ilegítimas, entiéndase: auriculoterapia, reflexoterapia, EFT-Tapping o acupresión. O el milenario saber curandero de la medicina tradicional japonesa llamada reiki y su versión de la acupuntura que atiende al nombre de shiatsu.
Y otros saberes milenarios de medicinas tradicionales como los de la India -de ella son los libros sagrados conocidos como vedas con sus propias variantes pseudomédicas-, y países de origen sudamericano o amerindio. Otro cuento indio.
Desde y hasta les decía, pasando por supuesto por las más que dudosas técnicas de rehabilitación que rodean a la fisioterapia en la actualidad como: la quiropráctica, la osteopatía, la técnica de Alexander, la de Feldenkreis, la terapia Bowen, el drenaje linfántico, la terapia Marma y Rolfing, la kinesiología, la terapia neural, el toque terapéutico, ...
Que no son tan tradicionales como las anteriores, pero sí igual de pseudocientíficas.
Y sin olvidarnos de las pulseras de silicona o metal, las cintas adhesivas de colores para los músculos que llevan algunos deportistas y los imanes curalotodo.
Y por supuesto no dejar de citar el uso de las falsas alternativas médicas para el tratamiento del cáncer; la justificación del no uso de las vacunas; los negacionistas del sida; la sensibilidad química múltiple; la electrohipersensibilidad; o el novedoso MMS.
Un peligro cierto como pueden comprender y entender si leen el último libro recomendado en el blog, Medicina sin engaños de J. M. Mulet.
De la humana necesidad de creer
En fin. Lo dejo aquí. Pero no porque se hayan acabado las imposturas intelectuales, sino porque me prometí no cansarles. Lo que sí hago es volver a la humana dualidad de marras: la coexistencia de la necesidad de creer en algo como cierto y la demostración científica de esa certeza.Porque es indudable que todos, todos, necesitamos creer en algo, en cualquier momento de nuestras vidas. Ahí estamos cortados por el mismo patrón. Humanos al fin y al cabo.
Si acaso lo que nos diferencia, quizás sea, cualitativamente, esos algos que creemos o queremos creer y, cuantitativamente, en cuántos de ellos lo hacemos. Y es que los humanos, muchas veces, creemos aquello que queremos creer. Y por lo general queremos lo que necesitamos.
Ahí está el enganche crédulo. Es tanto lo que necesitamos o creemos necesitar que no resulta difícil, en absoluto, comprender a aquellos que aceptan algunos credos religiosos en sus vidas.
Las necesidades que generan en nosotros el temor a la muerte, la angustia ante lo desconocido o una enfermedad dolorosa, hacen comprensibles el ansia por encontrar, no solo cobijo en determinadas creencias que nos den esperanzas, sino el calor de la presencia y compañía de otros que nos dicen que estemos tranquilos.
Que no nos preocupemos porque nuestra creencia es la verdadera y las demás están equivocadas. Es decir que nos reafirman en ellas porque, con ellas, nos salvaremos. O algo así. O así al menos lo veo yo.
De modo que, a mi entender estas creencias me parecen comprensibles y respetables.
Y vuelvo a los orígenes, a las reliquias. En particular cuatro (4) de ellas que, ignoro el motivo, han llamado la atención de algunos seguidores: el Lignum crucis, la sangre de San Genaro, el Santo Prepucio y la Sábana Santa.
¿Va a escribir sobre esas reliquias? Me interesa mucho este tema pues soy creyente
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