Delicado les digo porque, si estamos ante una impostura pues él, ya saben, la parte contratante de la primera parte, a pesar de lo dice, cree o sabe que es falsa ya que se trata de un icono, entonces se estará cometiendo un fraude.
Y eso no está bien, nada bien. Es más será usted, parte contratante de la segunda parte, objeto de un timo que, probablemente, termine afectando a su fe, a su bolsillo o a los dos. Precaución.
Pero bueno, no hay que ponerse en lo peor. También puede que diga lo que dice, porque crea que la reliquia es verdadera.
Eso por supuesto que está mucho mejor, pero claro, la creencia no es prueba de nada. Por lo que se encontrará en un callejón sin salida, desde el punto de vista demostrativo. Un mal lugar para quien pretende dar un marchamo de verosimilitud a lo suyo.
Aunque lo realmente malo de este asunto es que, lejos de creer, afirme con rotundidad que es verdadera y se apoye en que lo puede explicar y demostrar científicamente.
Entonces nosotros, ante esa tesitura, deberemos ir a lo nuestro preguntándonos y preguntándole: ¿Cómo es que lo sabe? ¿Qué pruebas aduce? ¿Están sometidas éstas al principio de falsación? ¿En qué campos de la ciencia se fundamenta? ¿Tiene quien así habla, la formación científica adecuada para entender los conceptos que emplea en su explicación? Caución.
De reliquias
Hecha la salvedad entre reliquia e icono, a partir de ahora, es una licencia que me tomo, utilizaremos el término reliquia para referirnos a cualquier vestigio cristiano, independiente de su auténtica naturaleza. Y como seguro no ignoran, hay reliquias de todo pelo. Desde muchas que, a pesar de ser veneradas, su autenticidad está más descartada; pasando por otras cuya autenticidad histórica y científica es dudosa; hasta llegar a algunas que, históricamente, pueden ser fiables.
Sin guardar orden intencionado con la clasificación anterior, algunas de estas reliquias son: los lignum crucis, los restos de Santa Teresa, los clavos de la cruz, la lanza de Longino, el cáliz de la última cena, el velo de la Verónica, la tabla del INRI, el pañolón de Oviedo, el lienzo de Turín, la sangre de San Genaro o, por qué no, el mismo Santo Prepucio, sí el del niño Jesús, del que tenemos localizado algunos ejemplares ¿?.
Algo de historia relicaria
Como se puede imaginar, la historia de las reliquias cristianas es tan antigua como el propio cristianismo. Parece consensuado que las primeras proceden de los restos de San Esteban, protomártir de la Iglesia del siglo I que fue lapidado en Jerusalén y cuyo cadáver fue recogido por la comunidad cristiana jerosolimitana.
A modo de apunte recordar que por aquel entonces, el Cristianismo, era considerado una secta más del Judaísmo. Todo tiene un pasado en este quehacer humano que es la vida.
Pero bueno, yendo a lo nuestro, el caso es que desde entonces, la veneración por las reliquias fue tomando, como diría aquél, carta de naturaleza.
Durante la Alta Edad Media -período de la historia de Europa comprendido entre la caída del Imperio Romano de Occidente (476) y, aproximadamente, el año 1000- se produjeron innumerables abusos a cuenta de las reliquias, dado que suponían una importante fuente de ingresos para las comunidades que las poseían.
Así que, a comienzos del siglo XIII, el IV Concilio de Letrán convocado por el papa Inocencio III -en teoría para tratar temas relativos a la fe y la moral, si bien los historiadores apuntan a intereses políticos y económicos entre el reino de Francia y del Papado, sobre todo en la condena de las herejías de albigenses y valdenses-, exigió un certificado de autenticidad para que dichos restos, merecieran los honores de la veneración pública.
Lo dicho, una cuestión económica y relicaria. O lo que es lo mismo de creencia y ciencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario