jueves, 5 de febrero de 2015

Ciencia del mito del 10 % (2)


(Continuación) Por ejemplo en la tecnología de medicina nuclear conocida como TEP (Tomografía por Emisión de Positrones) o PET, por las siglas de su nombre en inglés (Positron Emission Tomography).

Las revisiones de la actividad cerebral realizadas con ella, muestran qué áreas generalizadas del cerebro “se iluminan” durante actividades, incluso de las consideradas de rutina. Así es cómo sabemos del alto porcentaje de nuestro cerebro, que está activo durante casi cualquier tarea cognitiva.

Algo que no nos debe de sorprender porque, la actividad del cerebro, es como la del resto de nuestro organismo.

Por ejemplo es evidente que en la práctica, nunca estamos usando todos los músculos del cuerpo a la vez. Ni constantemente estamos digiriendo alimentos. Ni orinando, ni haciendo la mayoría de las funciones fisiológicas que nos son propias como organismo.

Claro que no. Lo que no significa que no hagan su trabajo cuando sea necesario.

Bueno, pues el cerebro igual. Está preparado para hacer su trabajo cuando haga falta y sólo cuando haga falta. Pero eso sí, para conseguirlo, entonces lo usamos todo.

He empezado con pruebas de laboratorio para mostrar la falacia del mito del 10 % de uso de nuestro cerebro, pero podría haberlo hecho desde el campo de la Teoría evolutiva.

Tirando de pura lógica evolutiva
Por los restos fósiles de los que disponemos sabemos que, desde los primeros homínidos como los Australopithecus hasta nuestra especie actual, el tamaño de nuestro cerebro no ha dejado de aumentar a un ritmo vertiginoso.

Basta observar una sucesión de cráneos para apreciar cómo ha crecido nuestra capacidad craneana, y con ella nuestro cerebro.

Un proceso para el que, en términos cuantitativos de tiempo se estima, hemos necesitado millones años de evolución, para llegar a fabricar nuestro complejo tejido cerebral.

No en vano el volumen craneano pasó de unos 350 cm3 a los casi 1200 cm3 de la actualidad. Y la cantidad de materia o masa del cerebro de nuestra especie tiene de promedio entre mil trescientos y mil cuatrocientos gramos (1300-1400 g).

Un valor que le hace representar tan solo el dos o tres por ciento (2-3%) de toda la masa corporal, pero que, a pesar de su bajo porcentaje, no impide que el cerebro utilice, nada menos, que el catorce por ciento (14%) de toda la energía que absorbe el cuerpo.

Y que consuma más del veinte por ciento (20%) del oxígeno O2(g), que respiramos.

Unas cifras sorprendentes ya que no resultan muy coherentes. Quizás, demasiado gasto de todo tipo de recursos para después utilizar, además, sólo el 10%.

Preguntas sin respuestas
Sí, quizás. Y conociendo cómo funciona el fenómeno de la evolución a través del mecanismo de la selección natural, hay una serie de preguntas pertinentes que nos debemos hacer, como seres racionales que somos, o eso dicen. A saber:

- ¿Por qué ese aumento tan exagerado de nuestro cerebro, si solo usamos el 10%?

- ¿Por qué invertir tantos recursos (materia, energía, oxígeno) en fabricar un órgano de casi 1400 g, si solo vamos a usar una décima fracción de él?

Recuerde la inviolable ley natural de la economía.

Esa que implica que para que un sistema sobreviva en el universo, ha de realizar de forma eficaz todas las funciones que le son necesarias pero, eso sí, con el menor gasto posible.

La de la absoluta eficiencia es una ley inexorable que afecta a todos los sistemas conocidos. Eso lo sabe cualquiera.

Sin ir más lejos, yo mismo, mucho antes de estudiar la teoría de la evolución de Charles Darwin en el colegio, la aprendí de pequeño, vía ejemplo familiar. Lo hice observando cómo mis padres nos sacaban adelante, a los siete hermanos que fuimos.

Gracias a una buena economía de recursos. Así fue como sobrevivimos.

Pero si la credulidad del 10 % fuera cierta, esto conllevaría que la naturaleza es del todo ineficiente porque, ¿qué necesidad habría de evolucionar hacia cerebros más grandes de lo realmente necesario?

Si no tiene un propósito claro e irrenunciable, gastar recursos en fabricar algo que no vamos a utilizar es, sencillamente, despilfarrar.

Y en la naturaleza, una criatura que despilfarra es una criatura que se extingue.

Lo hemos visto muchas veces en el registro fósil de nuestro planeta. Y lo hemos puesto negro sobre blanco, otras tantas, en este medio.

La selección natural es muy eficiente despojándose de todo aquello que no necesita. Ya ha venido en distintas ocasiones a estos predios. (Continuará)



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