lunes, 9 de febrero de 2015

A propósito de Winston Churchill (2)


(Continuación) Unas peculiaridades que le convirtieron en diana de las pelotas de críquet de sus compañeros. Es sabido que los niños son crueles. Pero nos dice el “noi del Poble-sec”: después el tiempo pasa.

Entre el ejército y las lecturas
Ni en lo personal les decía, ni tampoco en lo académico le fue bien.

Quizás fruto de su carácter rebelde, sus calificaciones fueron bajas, al menos lo suficiente como para impedirle entrar en la universidad. Un duro revés escolar y social que intentó soslayar optando por hacerse militar en Sandhurst.

Porque no obviemos que Churchill era inteligente.

Lo suficiente al menos como para comprender que su corta estancia en el sistema educativo, tan solo le había proporcionado un bagaje cultural muy limitado.

Y él sabía de la importancia que tenía una buena formación. Así que lo compensó, convirtiéndose en un lector compulsivo.

No fue el primero hombre, ni será el último, en recurrir a esta autodidacta opción formadora. Y entre sus lecturas favoritas no faltaban las científicas.

Por la documentación existente sabemos que, durante los años que estuvo destinado en la India como militar, encargó muchos libros de estas disciplinas. Allí leyó El origen de las especies de Charles Darwin y se aficionó a las novelas futuristas de H. G. Wells, de quien pasado el tiempo se hizo amigo personal.

Entre la aviación y el periodismo
Y entre sus peripecias vitales tampoco falta un guiño a la incipiente aviación. Un ya adulto Churchill se sumó también, y de forma algo temeraria, a los vuelos con motor. Una actividad en la que tuvo dos accidentes graves y que, por petición de su familia, dejó en 1913.

Sorprende que a pesar de su formación conservadora, mostrara unas inquietudes algo excéntricas para su status social. Prueba de ello es su querencia a fantasear con las posibilidades teóricas de la ciencia y las aplicaciones del desarrollo de la tecnología.

Durante el periodo de tiempo que transcurrió entre las dos guerras mundiales, y en su etapa de periodista, llegó a fabular sobre lo que podríamos considerar la bomba nuclear, que puso fin a la segunda de estas guerras.

Fabular porque fue en 1924 cuando, un visionario Churchill, escribía: “Una bomba no mucho mayor que una naranja podría volar de un plumazo un municipio”. Tuvieron que transcurrir unos veinte años para que la visión se convirtiera en realidad.

Una realidad no fácil de vislumbrar, si no atenemos a lo que sobre ella manifestaba el físico neozelandés E. Rutherford en 1933, cuando mostraba sus más que enérgicas dudas, al calificar de sandez, cualquier pretensión de obtener energía de la transmutación de átomos.

Y te olvidas de aquel / barquito de papel. Continúa diciendo la canción Barquito de papel, del gran J. M. Serrat.

Una larga vida
Pero éste no fue el caso de nuestro personaje, que nunca se olvidó de sus sueños. Winston Churchill llegó a vivir algo más de, unos más que aprovechados, noventa (90) años.

Y durante ese tiempo hizo de (casi) todo. (Continuará)



1 comentario:

  1. Interesante pero no acabo de ver la relación del político con las ciencias. ¿continuará?

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