(Continuación) Así que estamos en un punto inquietante del problema de las resistencias bacterianas, ya que éste empieza a trascender el ámbito, meramente, sanitario.
La problemática ha pasado a ser de envergadura mundial desde el punto de vista cuantitativo, si bien no lo es tanto desde el cualitativo.
Factores de variabilidad
Porque, como en todo en la vida, aquí también hay clases o, por decirlo en puridad, factores de variabilidad. Por ejemplificarle, y como parece lógico pensar, la gravedad de la resistencia varía de una región a otra dependiendo de la enfermedad, aunque con una constancia.
De manera tozuda la infección, no importa cuál sea, afecta más y de forma más cruda a los seres humanos de los países más pobres, a los que están en desarrollo. Por si tuvieran poco.
Ya nos lo dice el refranero: “A perro flaco, todo son pulgas”. Una sentencia breve y muy expresiva, para el hábitat frecuente de la desgracia: los desvalidos, los pobres, los débiles, los que están abatidos.
Como es natural, la extensión depende también de los pacientes, de su tipología. Es otro factor de variabilidad. Y no. No todos son, somos, iguales. Así al menos nos lo muestra la estadística, y no parece que en este caso yerre.
Los inmunodeprimidos, los bebés prematuros y los niños malnutridos son los grupos más indefensos con diferencia. Los grupos de riesgo en los que las tasas de resistencia a los antibióticos resultan terribles.
Incluso aparece en el informe un factor más de variabilidad: el del ámbito de desarrollo.
Los últimos estudios demuestran que no son los mismos microorganismos los existentes en el medio hospitalario que, por ejemplo, los que proliferan por otros ambientes de la comunidad en general.
No lo son ni ellos, ni su abundancia relativa, ni sus efectos sobre la salud humana.
En los hospitales se suelen presentar pocos casos, si bien éstos son de cierta gravedad; mientras que en otros entornos de la comunidad sucede al revés, hay mucha casuística aunque de baja gravedad.
Vaya lo uno por lo otro.
Nihil novum sub solem
Les decía más arriba que la resistencia a los antibióticos no era una problemática sanitaria nueva. Y buena prueba de ello es el inacabado título de la entrada: “Existe el peligro de que un hombre ignorante pueda...”Han de saber que forma parte del discurso que pronunció el científico escocés Alexander Fleming (1881-1955), al recibir el Premio Nobel en Medicina y Fisiología de 1945, por el descubrimiento de la penicilina.
Ya saben que Fleming, no sólo descubrió la enzima antimicrobiana llamada lisozima sino que, también, fue el primero en observar los efectos antibióticos de la penicilina obtenidos a partir del hongo Penicillium chrysogenum.
Así que en este año del Señor de 2015 se cumplen, de un lado, el septuagésimo (70º) aniversario de la concesión del Nobel y de la frase motivadora de esta entrada y, de otro, el sexagésimo (60 º) aniversario de su fallecimiento.
Por cierto que en este mismo año de 1955 también fallecía otro genio, el físico germano-estadounidense Albert Einstein (1879-1955), con apenas un mes de diferencia.
Un año aciago sin duda para la ciencia y la humanidad. (Continuará)
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