jueves, 18 de diciembre de 2014

Sobre ‘La joven de la perla’ (1)


Es seguro que el cuadro lo han visto en más de una ocasión, aunque es probable que no recuerden en este momento, ni su nombre ni el del autor que lo dibujó. Pero eso es algo que tiene remedio.

Del autor les diré que se trata, nada menos, del reconocido pintor holandés Johannes Vermeer (1632-1675), uno de los grandes del Barroco. Pero del cuadro, de su nombre, ése es otro cantar.

Para empezar, desde el punto de vista histórico el óleo, pintado en 1665, ha tenido a lo largo del tiempo diferentes nombres.

Según el inventario más antiguo del que disponemos de la obra del pintor, efectuado en 1676, aparece primero como Un retrato al estilo turco; para poco después pasar a llamarse Joven con turbante y, también, Cabeza de joven.

No es hasta 1995 cuando, un catálogo realizado con cierto criterio, pasó a denominarlo La joven de la Perla. Desde entonces así es cómo se le conoce y, probablemente se le seguirá llamando, a pesar de la última movida por parte de la ciencia.

Un cuerpo de conocimiento para el que la perla del pendiente, lo más probable es que no sea tal perla. Es decir, que de ser cierto esto, el último de los nombres no sería el más adecuado.

¿Y cómo empezó esta “movida antiperlística”?
Esto es lo realmente sorprendente. No la ha iniciado un experto en perlas o un artista con una especial formación. No. El estudio lo ha llevado a cabo un astrónomo y también artista, que se ha valido de una propiedad del objeto, bastante científica: su brillo.

¿No le resulta sorprendente, que un astrónomo ande metido en esto? Para que luego digan de ellos, que tienen la mente cuadriculada.

Se trata del catedrático de Teoría de la Astronomía en la Universidad de Leiden, Vincent Icke (1946), para quien el brillo del pendiente es, a todas luces, excesivo y así lo ha publicado en la edición de diciembre (2014) de la revista divulgativa New Scientist.

A pesar del tiempo transcurrido desde que se pintó, casi trescientos cincuenta (350) años, y de no haber perdido ni un ápice de su destellante poder de seducción, ya lo ven. Hay gente a las que les mosquea el brillo de la supuesta perla.

Pero no siempre ha sido así.

‘La joven de la perla’: literatura y cine
Por ejemplo, a la literatura, le ha traído al pairo la naturaleza química del pendiente. Hablo de la novela ‘La joven de la Perla’, de la escritora estadounidense Tracy Chevalier y que tuvo un cierto éxito comercial en el año 1999, el penúltimo del siglo XX.

En la trama novelística la joven era una sirvienta de la familia Vermeer, digamos con ciertas dotes artísticas, y que se enamora del artista.

El retrato es fruto de un arrebato de inspiración, por supuesto, artística, y la joya que luce es una perla auténtica de la misma señora Vermeer, una dama de la buena sociedad con posibles.

De modo que ni se plantea que se trate de una perla.

Es la misma postura identitaria que se mantiene en la versión cinematográfica homónima de 2003, dirigida por Peter Webber y protagonizada por la actriz Scarlett Johansson, quien posa como la muchacha que luce como propio, y por un momento, un tesoro.

Y desde ese “momento cine”, el pendiente pasó a convertirse en un “perlado icono” en manos del imaginario colectivo. Es lo que tiene el poder de la pantalla.

Pero al que tan sólo un año después, en 2004, la propia Real Galería Mauritshuis de La Haya donde se expone el cuadro, vamos como quien dice casa Mauricio, le ha puesto una piedra en el camino.

Lo hace al sugerir en unos de sus catálogos que, tal vez, no debiera hablarse de una perla: “Su gran tamaño, natural y no cultivada, y el hecho de que solo pudieran pagarlas los ricos (…) tal vez la chica lleva una preciosa ‘perla’ artesana”. (Continuará)



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