viernes, 12 de diciembre de 2014

¿Entonces, lo vale o no vale [la Misión Rosetta]? (1)


(Continuación) Ésa es la cuestión.

Si debemos emplear nuestros recursos en ciertas investigaciones y exploraciones, como esta espacial que nos ocupa, o por el contrario debemos hacerlo, básicamente, en aquellas que ayuden a paliar el hambre y la enfermedad, cuando no la muerte, en nuestro planeta.

Ser o no ser. Aquí es donde parece estar el meollo del asunto y, quizás, también la solución. Porque, ¿son incompatibles, económicamente hablando, ambos campos de estudios? ¿La existencia de uno excluye, per se, la del otro?

¿Acaso los descubrimientos y aplicaciones derivadas de las espaciales técnicas astronáuticas, no repercuten sobre nuestro confort, salud, conocimiento y desarrollo científico, agricultura, medicina, industria, etcétera, aquí en la terráquea Tierra?


¿Qué opina?

Naturalmente ignoro cuáles son sus respuestas pero, por si les interesa, las mías son, respectivamente: No. No. Sí. No son incompatibles. No son excluyentes. Y Sí repercuten.

Éste es mi juicio sobre este asunto, tras leer a profesionales formados, que desarrollan su argumentario con razonamientos y lógica.

Y por supuesto que tampoco me falta opinión sobre las respuestas contrarias y ya se imaginan que pintan bastos. Pero es sólo mi parecer.

Es mi opinión
Me resultan demagógicos y propios de cierta cortedad intelectual, los sistemáticos ataques que se realizan contra los presupuestos destinados a determinadas líneas de investigación y exploración.

De una forma u otra, a corto, medio o largo plazo, es evidente que cada euro invertido en investigación, ciencia, tecnología y exploración termina generando diferentes tipos de riquezas en la sociedad.

Y me parecen mezquinos y sinónimos de ignorancia, los usos que se hacen del hambre, la enfermedad, el sufrimiento, la pobreza y la muerte en el mundo, como contenidos argumentales para contraatacar a estas inversiones.

A mi entender se trata de una actitud execrable y estulta que, por otro lado, retrata por sí sola a las personas que las utilizan. De modo que no voy a insistir. Por Camus sabemos que es la estupidez la que insiste siempre.

Pero es que nadie puede poner en duda lo que la investigación científica, gracias a la curiosidad humana, ha hecho por mejorar nuestra condición y dignidad en el planeta. Un camino que iniciamos hace ya muchos, muchos, años y que aún estamos recorriendo en busca del menor esfuerzo.

Un concepto éste, ligado al que encierra el ya enrocado de la ley de la economía. Pero no divaguemos.

De investigaciones... 
No es cuestión de extenderse aquí, pero baste recordar lo que supuso en los índices de mortalidad de nacimientos y operaciones quirúrgicas, la simple exigencia de una elemental asepsia e higiene en material y personal médico.

Se produjo un espectacular descenso en la mortalidad y, desde entonces, se han evitado millones de muertes con tal praxis.

Por cierto, que todo empezó con la observación atenta de Ignác Semmelweis, un médico que se empeñó en que los obstetras se lavaran las manos con una solución de cal clorada antes de atender los partos.

Y ya ve.

Con esa sencilla medida disminuyó la tasa de mortalidad en un setenta por ciento (70 %) por sepsis puerperal, una especie de fiebre. Una disminución drástica de la mortalidad, como drástica fue la postura que adoptó la comunidad científica de su época.

No solo criticó la introducción de semejante y disparatada innovación médica, sino que lo denostó en lo personal. Para ellos no era más que un visionario, que quería que hicieran algo a lo que ellos no le veían ninguna utilidad.

¿Les suena? (Continuará)



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