(Continuación) Mucha, incluso para ser como son ondas electromagnéticas; de ahí que tarden unos veintiocho minutos (28 min) en llegar, primero a Alemania y de ahí a España. En concreto al Instituto de Astrofísica de Andalucía perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (IAA-CSIC), que se encuentra en Granada.
Donde las esperan la investigadora Luisa M. Lara y su equipo, que ejercen de particulares fotógrafos con sus especiales programas informáticos creados al efecto. Con ellos las analizan y, por su calidad y contenido, detectan la existencia de posibles problemas tanto en la exposición, como en la emisión y transmisión.
Y es que ellos están encargados de eso. De que se tomen, emitan, lleguen y lo hagan con la calidad suficiente y el objetivo deseado.
“Una caja de sorpresas”
Desde Granada pueden hacer casi todo. Desde variar el ángulo con el que se toman, de modo que en la imagen aparezca lo que deseemos, bien una zona del núcleo o una mayor extensión de gas, a efectos de su análisis químico. Hasta el tiempo y tipo de filtro que se debe utilizar en cada momento y para cada toma. Pasando por efectuar correcciones en la órbita de la nave, a fin de que apunte en la forma deseada al cometa.
Todo puesto al servicio de una mayor y mejor información, de la que Lara no deja de sorprenderse. En sus propias palabras, el cometa está resultando ser “una caja de sorpresas”.
“Pensábamos que sería esférico, o como una patata o un balón de rugby, pero tiene una forma muy compleja, como la de un patito de goma, con su cabeza, su cuello y su cuerpo... lo que a su vez hace que el eje gravitatorio sea también muy complejo”.
Una cuestión sin duda mecánica, que dará mucho de sí.
“A medida que analizamos la estructura, nos quedamos boquiabiertos”. Y es que sobre su superficie, se ha detectado un material de gran dureza a una temperatura de menos ciento setenta grados Celsius (-170 ºC). Probablemente contenga mucho hielo en su composición, lo que no es de extrañar. Lo que sorprende es su extremada dureza.
“Tenemos muchas más preguntas que no sabemos responder”. Como ya saben los enrocados lectores, esto de que una respuesta origine nuevas preguntas, es una característica muy propia de la ciencia, de cualquier ciencia. Gracias a Dios.
Los ladrillos básicos de la vida
Ya les hablé en la segunda entrega de esta serie comética, de ese empeño humano por encontrar el origen de la vida en nuestro planeta. Quizás provenga de un cometa, quien sabe. A lo mejor somos polvo de cometa. Ya saben que una de las hipótesis existentes, para explicar cómo pudo surgir la vida en la Tierra, parte de una idea cósmica. Las primeras moléculas orgánicas nos llegaron del espacio. Lo hicieron como fruto de los impactos de meteoritos y cometas contra el planeta en su estado primigenio.
Una vez en su superficie, y a base de tiempo y ensayos, se habrían combinado entre sí de forma tal, que produjeron moléculas capaces de replicarse. El principio de la vida.
Con esta hipótesis del cometa se podría justificar que incluso el agua, H2O, hubiese llegado hasta nosotros, al ser los cometas grandes bloques compuestos por hielo y polvo.
Y la cosa pinta bien porque el instrumental científico de la sonda Philae ha encontrado, en la superficie del cometa 67P Churyumov-Gerasimenko, compuestos orgánicos e hielo.
Bloques fundamentales de la vida cuyas moléculas están formadas, cuando menos, por átomos de carbono e hidrógeno, que al interrelacionarse pueden crear compuestos mucho mayores, complejos, especializados y estables que, a su vez, incorporen a otros elementos.
Lo dicho, son las piezas claves de la vida.
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