Hace algo más de cuatro años, a inicios del verano de 2010, les citaba de pasada la estupidez y lo hacía en relación con algunos de los aspectos que rodearon a la Copa Mundial de Fútbol de ese año. Entre otros aparecieron el Jabulani, la vuvuzela, el CSIC, la NASA y cómo no Paul, el pulpo pitoniso.
Les empezaba hablando del “impacto que la estupidez ha producido en la Humanidad”, y como ésta había sido un “tema tratado por numerosos pensadores a lo largo de su historia”.
Por lo que tengo leído, “es un hecho comprobado que con cada uno de nosotros, vive un factor de estupidez que resulta siempre ser mayor de lo que creemos.
Y que si bien es cierto que la globalización ha conseguido que el conocimiento se extienda por todo el planeta, no lo es menos que ha hecho lo propio con la estupidez, de la que ha logrado que se difunda como un virus”.
Que se difunda como un virus. Eso les decía un servidor de ustedes, motu proprio, hace cuatro años. Así que comprenderán mi sorpresa cuando, hace unas semanas, cayó en mis manos la noticia de un descubrimiento.
Sí, el que está pensando, exactamente. Todo apunta a que se ha descubierto el virus de la estupidez.
¿Qué me dice? ¿No sería im-presionante, de ser cierto?, dicho esto en dialecto jesuliniense. Pero no adelantemos acontecimientos.
Y remato con una reiteración. Sólo hablo de estupidez, no de estupidez humana, que sería un pleonasmo. Porque únicamente los humanos, hemos demostrado ser animales estúpidos. Así que estupidez entendida como característica, netamente, humana.
Una cualidad sobre la que, incluso, existe una especie de hipótesis, más bien un agregado de ideas, desarrollada por un historiador italiano, a finales de los años ochenta del siglo pasado.
Se la conoce como Teoría de la Estupidez, que dejo aquí para un posible nexo.
De forma que, y visto así, “estupidez humana” es una expresión redundante.
Dicho lo cual, vamos con lo que estamos y empecemos como debe ser, por el principio.
Aunque eso sí, de cualquier organismo. No importa cuál sea éste. De modo que el abanico se abre desde animales y plantas, hasta bacterias y arqueas, sin distinción de especies. Lo que ya no está tan bien. Pero es lo que hay.
También, por aquellas clases de secundaria, sabemos que son unos organismos demasiado pequeños, para poder ser observados con la ayuda de un microscopio óptico. O al menos la inmensa mayoría de ellos. Se decía que eran submicroscópicos, una categoría que en la actualidad habría que revisar.
Pero fuera del ámbito escolar y desde hace cierto tiempo, de los virus sabemos por los medios de comunicación.
Y no es de extrañar leer sobre ellos como lo mollar de un artículo de divulgación, o verlos protagonizar titulares de periódicos y noticiarios. Desde el de la gripe o influenza, hasta el más reciente brote del ébola, pasando por el que hoy nos trae, el virus de la estupidez.
La ciencia nos ha enseñado que es relativamente fácil que, mamíferos y aves, puedan transmitirnos virus a los humanos.
Al fin y al cabo somos vertebrados con características fisiológicas semejantes. Normal pues. Lo que no lo es tanto es que nos lo transmitan las algas.
Y que si bien es cierto que la globalización ha conseguido que el conocimiento se extienda por todo el planeta, no lo es menos que ha hecho lo propio con la estupidez, de la que ha logrado que se difunda como un virus”.
Que se difunda como un virus. Eso les decía un servidor de ustedes, motu proprio, hace cuatro años. Así que comprenderán mi sorpresa cuando, hace unas semanas, cayó en mis manos la noticia de un descubrimiento.
Sí, el que está pensando, exactamente. Todo apunta a que se ha descubierto el virus de la estupidez.
¿Qué me dice? ¿No sería im-presionante, de ser cierto?, dicho esto en dialecto jesuliniense. Pero no adelantemos acontecimientos.
Por ahora
Vaya por delante, y no es poco, que existe un virus con el prosaico nombre de ATCV-1. Que en realidad se trata de un clorovirus, hasta ahora sólo hallado en las algas. Y que desconocíamos que estos organismos pudieran transmitírnoslo.Y remato con una reiteración. Sólo hablo de estupidez, no de estupidez humana, que sería un pleonasmo. Porque únicamente los humanos, hemos demostrado ser animales estúpidos. Así que estupidez entendida como característica, netamente, humana.
Una cualidad sobre la que, incluso, existe una especie de hipótesis, más bien un agregado de ideas, desarrollada por un historiador italiano, a finales de los años ochenta del siglo pasado.
Se la conoce como Teoría de la Estupidez, que dejo aquí para un posible nexo.
De forma que, y visto así, “estupidez humana” es una expresión redundante.
Dicho lo cual, vamos con lo que estamos y empecemos como debe ser, por el principio.
De los virus
De los biológicos tiempos escolares, los que ya tenemos cierta edad, recordamos que los virus son unos agentes infecciosos acelulares que sólo pueden multiplicarse dentro de las células de otros organismos. Lo que está bien.Aunque eso sí, de cualquier organismo. No importa cuál sea éste. De modo que el abanico se abre desde animales y plantas, hasta bacterias y arqueas, sin distinción de especies. Lo que ya no está tan bien. Pero es lo que hay.
También, por aquellas clases de secundaria, sabemos que son unos organismos demasiado pequeños, para poder ser observados con la ayuda de un microscopio óptico. O al menos la inmensa mayoría de ellos. Se decía que eran submicroscópicos, una categoría que en la actualidad habría que revisar.
Pero fuera del ámbito escolar y desde hace cierto tiempo, de los virus sabemos por los medios de comunicación.
Y no es de extrañar leer sobre ellos como lo mollar de un artículo de divulgación, o verlos protagonizar titulares de periódicos y noticiarios. Desde el de la gripe o influenza, hasta el más reciente brote del ébola, pasando por el que hoy nos trae, el virus de la estupidez.
La ciencia nos ha enseñado que es relativamente fácil que, mamíferos y aves, puedan transmitirnos virus a los humanos.
Al fin y al cabo somos vertebrados con características fisiológicas semejantes. Normal pues. Lo que no lo es tanto es que nos lo transmitan las algas.
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