domingo, 16 de noviembre de 2014

Desmontando a la Viagra (I)


(Continuación) Mejor dicho, a los éxitos del o de la Viagra, como prefieran. Pero así, en plural.

Del famoso rombo azul me gustaría hacerle un par de puntualizaciones sobre sus éxitos como fármaco. De un lado, deconstruir en cierto modo el prestigio científico de su descubrimiento/invención. De otro, hacer lo propio con su ya casi mítica aureola de poción o panacea sexual.

O lo que en un remedo cinematográfico de mediados del siglo pasado, podríamos llamar: Viagra al desnudo.

Viagra al desnudo
Como ya les adelantaba, este fármaco de uso muy extendido es un buen ejemplo de medicamento, que ha terminado utilizándose para una finalidad que no era la original.

Resulta que a comienzos de los noventa del siglo pasado, la compañía farmacéutica Pfizer estaba probando un nuevo fármaco para el tratamiento de la hipertensión y la angina de pecho.

Un problema cardíaco éste, que afecta los vasos sanguíneos que llevan la sangre al corazón.

Y para hacer más elásticos los vasos y prevenir la angina, la compañía estaba realizando ensayos con una nueva sustancia, el citrato de sildenafilo. Un compuesto que, en principio, prometía.

Pero por desgracia, o por suerte, según el paciente al que nos refiramos, las cosas no terminaron marchando como se esperaba.

El efecto del citrato en el tratamiento de estas afecciones era más bien reducido, de modo que los datos empíricos de las pruebas no arrojaban resultados significativamente positivos.

De error a acierto, pasando por el azar
Tanto es así que la farmacéutica tenía ya decidido suspender la investigación cuando, se produjo un hecho sorprendente. Los voluntarios que se habían sometido a estas pruebas, empezaron a manifestar un efecto secundario bastante inusual e inusitado.

Decían que desde que tomaban el fármaco, experimentaban abundantes y muy persistentes erecciones. Sí, no es un error tipográfico. Como lo leen, tenían erecciones, muchas e intensas erecciones.

Naturalmente la Pfizer aprovechó la serendipia y se puso manos a la obra, investigando el fenómeno de forma clínica.

A propósito de manos, en más de una ocasión les he dicho que el hombre es un animal muy, muy, inteligente. Y lo es desde que es hombre.

Ya en el siglo V aC, el filósofo griego Anaxágoras achacaba esta inteligencia humana al hecho de que tuviéramos manos.

Lo que podría ser cierto, aunque no exclusivo. Pero bueno, esa sería otra investigación.

La de la Viagra la inició Chris Wayman, uno de los científicos de la empresa, quien creó el “equivalente sexual de un hombre” en el laboratorio. Dispuso en una serie de probetas, diferentes sustancias inertes y tejido del pene de un hombre impotente.

Cada porción de tejido estaba conectada a una caja que, mediante un interruptor, le enviaba impulsos eléctricos. Si en la probeta sólo estaba el tejido “impotente”, los vasos sanguíneos no experimentaban cambios significativos al recibir la descarga.

Pero si se añadía citrato a la probeta, entonces los vasos sanguíneos se relajaban, como sucede con los de un hombre cuando tiene una erección. Y esto era muy interesante.

De manera fortuita, ya sabíamos cómo restaurar la capacidad de erección y se le puso nombre, Viagra.

Muy interesante porque, no debemos olvidar que antes de su lanzamiento, en marzo de 1998 y en los Estados Unidos, no había tratamiento oral para la impotencia masculina. Todo un drama hasta ese momento, para la mitad de la población.

Ahora, y desde entonces, gracias a un fracasado tratamiento para la angina de pecho, los hombres tienen otras opciones. El resto es historia.

La pastilla azul
La aplicación actual del producto químico citrato de sildenafilo, componente activo de lo que comercialmente conocemos como Viagra, es como fármaco contra la disfunción eréctil y no para la angina de pecho.

Y dicen que es uno de los fármacos más recetados y vendidos en el mundo.

Ergo, bien está lo que bien acaba. O, no hay mal que por bien no venga. Tanto monta...


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