(Continuación) Por supuesto que el sistema GPS, en especial para las aplicaciones de alta precisión, puede también resultar afectado cuando las erupciones de la estrella perturban la ionosfera terrestre y altera las características de las ondas que la atraviesan.
Sin olvidarnos de las redes eléctricas que durante las tormentas magnéticas fuertes, se pueden ver también afectadas por la creación de corrientes inducidas en sus circuitos. Un efecto nada deseable.
Y, claro, los aviones comerciales, que no pueden volar sobre los polos terrestres durante las tormentas magnéticas solares o de radiación.
El motivo es porque éstas penetran, precisamente, por los casquetes polares, así es como se forman las espectaculares auroras polares, y podrían dejar sin comunicación a las aeronaves. O, comprometer la precisión de sus sistemas de navegación. Caución.
Por último se pueden producir “apagones de radio”, debido a las emisiones de frecuencias extremas de rayos Röntgen o X y ultravioleta (UV). Aunque en general, este suceso no tiene incidencia alguna en la radio que utilizamos todos los días.
De hecho, y según el SWPC, esta última erupción solar provocó un fuerte apagón de radio y nadie ajeno se enteró.
Previendo que es gerundio
Tras lo dicho resulta obvio el enorme interés en desarrollar métodos eficaces para predecir la actividad solar con la antelación suficiente. No debemos olvidar que la radiación solar, en realidad la de cualquier estrella, viaja en el vacío a la celeridad o rapidez de las ondas electromagnéticas o de la luz, si lo prefiere así.
Es decir, que como lo hace de forma constante a doscientos noventa y nueve mil setecientos noventa y dos coma cuatrocientos cincuenta y ocho kilómetros a la hora (c = 299 792, 458 km/s), ésta tarda unos ocho minutos (8 min) y diecinueve segundos (19 s) en llegar.
Mientras que la masa expulsada de la corona, aunque lo hace a muy elevados valores, necesitará entre uno (1) y tres (3) días. Lo que da tiempo.
Por eso, además de los telescopios solares terrestres, las agencias espaciales tienen varios observatorios situados de forma estratégica para vigilar continuamente a nuestra estrella.
Entre ellos: la sonda espacial Solar and Heliospheric Observatory, SOHO (1995), un proyecto conjunto de la NASA y la Agencia Europea del Espacio ESA, toda una veterana.
O la misión de observación de la NASA, Solar TErrestrial RElations Observatory, STEREO (2006); el ya citado telescopio espacial de la NASA, Solar Dynamics Observatory, SDO (2010) y la misión internacional HINODE.
La idea es que, gracias a la información que nos suministren estos equipos, podamos conocer y entender el origen de los ciclos solares, para así ir perfilando mejores modelos de predicción de su comportamiento.
Hipótesis interpretativa solar
Si bien, desde las observaciones del pisano Galileo Galilei (1564-1642), sabemos que las manchas en la superficie de la estrella, son zonas oscuras de temperatura inferior a la de su entorno y con intensos campos magnéticos. Y hoy hemos comprobado, de forma fehaciente, que también se producen en otras estrellas.
Además de que estamos en posesión de indicios indirectos de los ciclos del Sol desde hace unos veinte mil (20 000) años, gracias a las concentraciones de isótopos radiactivos de berilio (Be) y de carbono (C), en los hielos de la Antártida y el Ártico. (Continuará).
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