Desmontando a Lucy (y 2)

(Continuación) En él no sólo desmiente la premisa en la que se basa la película -a saber, sólo utilizamos el diez por ciento (10 %) del cerebro pero si, de alguna manera, se pudiera aprovechar el noventa por ciento (90 %) restante, se desbloquearían poderes sobrehumanos-.

Sino que aboga para esa colaboración entre cineastas y científicos, en pos de una buena ciencia ficción cinematográfica. Una magnífica idea.

Ni que decir tiene que para la ciencia, la supuesta capacidad adquirida por la protagonista es fruto, en realidad, del delirio que le produce la droga que ha ingerido e, involuntariamente, se ha extendido por su organismo.

Así que nada de aumento de la actividad cerebral, hasta alcanzar el cien por cien (100 %). Y mucho menos de los superpoderes que, el supuesto uso al máximo del cerebro, conlleva.

Y que por lo leído van desde lanzar por los aires a los malos malotes, con tan solo una leve sacudida de su mano, aprender idiomas en unos segundos o acceder a los más recónditos recuerdos de su memoria.

Hasta controlar buena parte del espectro de ondas electromagnéticas (OEM); ver conversaciones telefónicas como líneas de colores y manejar todos los aparatos electrónicos a su alcance.

Pasando por manipular otros cuerpos y conducir un automóvil en sentido opuesto por las calles. Y por no hablarles del dominio de la fuerza de gravedad o la capacidad de estar en todas partes.

No. Hasta donde sabemos, el ser humano no ha tenido, ni tiene, ni va a tener nunca capacidades telepáticas, ni telequinéticas. Es lo que hay.

El filósofo científico argentino Mario Bunge (1919) dijo en cierta ocasión que las pseudociencias son como las pesadillas: se desvanecen a la luz de las ciencias. Y estoy convencido de que tiene razón.

Lo único malo que tiene dicha afirmación, es que no prevé un par de circunstancias. Una: la luz de la ciencia no siempre ilumina a todos por igual. Otra: la de que no todos ven, porque algunos sólo miran. Y no es lo mismo mirar que ver.

De la misteriosa droga azul

¿La recuerdan? Sí, la mistérica CPH4 nombrada por Besson, y cuya desconocida composición química es causa y razón del cinematográfico desarrollo a tope cerebral de Lucy, de su hipersensible estado.

La veo mistérica porque, como mismamente se preguntan sus seguidores, si existe realmente ¿por qué oculta su nombre el director? Y tienen razón, no les parece ¿Por qué?

Una pregunta que el director no se ha dignado contestar por ahora, aunque, parece ser que la droga existe. Bueno existe una sustancia que tiene de nombre Cuticular Protein Hypothetical 4, de ahí la sigla CPH4, pero ojo, nada que ver con la mujer embarazada, ni con una bomba nuclear orgánica.

Al parecer la produce cierto gusano de seda pero, en honor a la verdad, no sé mucho más. De modo que pido su colaboración.

Últimamente, tras el estreno de la película, su director, ha cambiado de estrategia. Ahora, donde dijo Diego, dice digo. Ya me entienden.

Empezó a soltar por aquí y por allá, que siempre había sido consciente del terreno fantasioso en el que se mueve la película. Ya.

Para terminar a afirmando: “¡Por supuesto que no es verdad! ¿Creen que no lo sé? ¿Cómo voy a estar trabajando en esta película nueve años sin saberlo?”. A buena hora calzas verdes.

Se refería no sólo al falso potenciamiento de los sentidos por el CPH4 sino, también, al erróneo mito del diez por ciento.

Otras Lucy

Ya han sido enrocadas en cierta ocasión un par de ellas. Una, científica por decirlo de alguna forma. Me refiero a la Australopithecus conocida como Lucy.

Un esqueleto de hembra de homínido con 3,2 millones de años de antigüedad, encontrado en Etiopía (África), la cuna de la humanidad.

Una mezcla entre chimpancé y humano, descubierta por el paleoantropólogo estadounidense Donald Johanson (1943) y su equipo en 1974, y que tiene las piernas de humano, pero el torso y la cabeza de chimpancé.

Otra musical y relacionada con la anterior. Bueno mejor lo leen.

Del descerebrado mito del 10% cerebral, si quieren, les escribo en unos días, en cuanto dé unos pespuntes a unos cuantos flecos sueltos que he dejado por ahí.

¿Cuál es su origen? ¿Por qué es falso? ¿Cuál es la razón de que persista en el tiempo?