Por lo que he leído y tengo confirmado, uno de los escasos datos científicos que adornan la película, nos lo ofrece el cinematográfico y ficticio profesor Samuel Norman, interpretado por el real y oscarizado actor Morgan Freeman.
Lo hace cuando relaciona neuronas cerebrales y estrellas galácticas.
Nos viene a decir algo ya sabido y cierto. Que unos cien mil millones (100 000 000 000) de neuronas, con unas tres mil (3 000) conexiones por célula, suponen cien millones (100 000 000) de sinapsis en nuestro cerebro.
Un número superior al de estrellas en la galaxia, lo que nos puede dar una idea de la complejidad cerebral, que es mucha. Inimaginable.
Así como la piel está considerada el órgano más grande del cuerpo humano, con sus dos metros cuadrados (2 m2) de superficie en las personas adultas, el cerebro de los vertebrados es el órgano más complejo del cuerpo. Con diferencia.
Pero hasta aquí o poco más, se puede llegar de forma cierta en la película acerca del cerebro.
El resto de aseveraciones, supuestamente científicas, vertidas en ella, por no hablarles de los superpoderes, no son más que licencias cinematográficas, que hacen más divertida y trepidante la película.
Porque es así como hay que ver sus noventa minutos (90 min). Como algo entretenido y no educador o formativo. Lucy es ficción pura y dura, mezclada con fantasía y acción. Ahí está el cien por cien de su disfrute.
Mas, una vez que acaba y salimos de la sala, volvemos a la realidad. Y de la milonga del 10 % pues eso. Nada de nada. No es más que una credulidad errada como tantas otras.
Pero el caso es que poco da que lo sea. Poco importa que se trate de otra patraña pseudocientífica, si yo lo que voy es, a pasar un rato entretenido en el cine, sin más pretensiones.
Barniz científico y anzuelo divulgativo
Unas pretensiones que a mi entender, sí tenía el director francés de la película Luc Besson, para quien su argumento no sólo es creíble, sino que está avalado por la ciencia. Bueno, en realidad, por algunos científicos.Y en puridad sólo por uno, el neurólogo Yves Agis, socio de Besson en cierta institución. O sea.
Un Agis que pronto aclara que “le tocó poner el freno a su creatividad [Besson] con algunos hechos” o que “le ayudó [Besson] a andar en la cuerda floja que separa la realidad teórica de la imaginación”. O sea que.
Y que “desde luego, cuanto más avanza la película, más carga de ficción, y así debe ser”. O sea.
De lo que no cabe duda, los números de las taquillas son la prueba, es del enorme interés y la gran capacidad de atracción que todo lo relacionado con las neurociencias, tiene para el público del siglo XXI.
Si el pasado siglo XX fue el de las Ciencias del Espacio, la Física Nuclear, la Cuántica y la Relatividad, todo apunta a que éste lo será de las Ciencias de la Salud, la Genética molecular, las neurociencias y el cerebro.
Una baza que los neurocientíficos relacionados con la divulgación no deberían desaprovechar, a la hora de dar visibilidad a sus trabajos de investigación.
¿Por qué no desarrollar argumentos cinematográficos, basados en hechos y fenómenos que estén demostrados científicamente, o sean una extrapolación plausible de una hipótesis científica?
¿Por qué no ficcionar sobre algo probable mejor que sobre algo poco probable?
Es decir, entender la ciencia-ficción como la unión de ciencia y ficción; una ecuación del tipo:
CIENCIA FICCIÓN = CIENCIA + FICCIÓN
Se trata de una colaboración nada fácil, pero que podría funcionar.
Nature Neuroscience y Lucy
Y por ahí van los tiros del editorial que, la prestigiosa revista estadounidense ‘Nature Neuroscience’, ha dedicado al argumento de Lucy (Continuará).
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