(Continuación) Hasta no hace mucho se pensaba en la heliosfera como una estructura con forma de cometa. No obstante, recientes investigaciones realizadas con el MIMI de la sonda Cassini sugieren más bien forma de burbuja.
En cualquier caso, independiente de su forma, cometa o burbuja, se trata de una región muy influyente a nivel sideral.
Bueno, pues planteado el requisito necesario, pasemos al suficiente.
Del viento y la tormenta
Si resulta que la onda de choque que es el viento solar, viaja en dirección hacia la Tierra, terminará interaccionando con su magnetosfera, que en general es la región del espacio que rodea a un planeta y donde se manifiesta el campo magnético de éste, si es que lo tuviera, como ocurre en nuestro caso.Y como fruto de esta interacción mecánica y electromagnética entre viento solar y magnetosfera -que ya les adelanto conocemos como tormenta solar o geomagnética-, se desviará la mayor parte del primero.
De modo que la magnetosfera se comporta como un escudo protector contra la llegada de partículas cargadas altamente energéticas y que nos llegan del Sol a través del viento solar.
Sin ella la vida sería del todo imposible en la Tierra. O al menos la vida tal como ahora la conocemos.
Luego para que se produzca una tormenta solar es necesario que exista viento solar, pero esta exigencia no es suficiente. Hace falta además que ese viento llegue a la Tierra e interaccione con su magnetosfera.
Estamos hablando pues, de un doble requisito. Uno que implica la existencia del Sol y la producción de viento solar. Y otro que exige la existencia de un campo magnético en un planeta, al que llegue dicho viento solar.
De ahí que nos refiramos a este fenómeno celeste, con la doble expresión. Solar por la localización de la causa, y geomagnético por la del efecto.
De los efectos de las tormentas
Y a propósito de efecto. Aunque les he dicho que la magnetosfera desvía la mayoría de la carga energética del viento solar, una pequeña parte logra traspasarla, produciendo diferentes efectos en nuestro planeta.Unos efectos de variadas naturaleza y carácter en lo cualitativo, y de distintos valor e intensidad en lo cuantitativo.
Van desde los más simples y de nulo riesgo, como el fenómeno de meteorología espacial conocido como auroras polares o auroras, tanto la boreal que se da en el hemisferio norte, como la austral que se produce en el hemisferio sur.
Hasta los que conllevan un cierto y variado riego conocidos como tormentas geomagnéticas terrestres.
Desde uno menor, variaciones del campo magnético terrestre. Hasta aquellos más peligrosos, de riego alto, como pueden ser los daños en líneas de alta tensión y transformadores eléctricos, los efectos de corrosión en las tuberías, la afectación a las personas o la llegada de partículas a la propia superficie terrestre.
Pasando por los efectos de riesgo medio, entre los que se encuentran las dificultades en las comunicaciones, los problemas con los satélites, la afectación en los animales migratorios, el aumento de la radiación en la atmósfera alta de comunicaciones, etcétera.
Bien, pues ya está. Aunque con un matiz que habrá apreciado, se dice de las dos formas. Misión cumplida.
Pero estamos hablando de ciencia. Y sabido es que, en este campo de conocimientos, por cada respuesta dada surgen, al menos, un par de nuevas preguntas. O dos pares o tres.
Es decir que como mucho una respuesta es, tan solo, un punto y seguido.
Qué diferencia con la creencia. Donde cada pregunta tiene una sola y taxativa respuesta que es, además, punto y final. Algo parecido al principio aristotélico de autoridad. Vade retro.
Y algunas de estas preguntas, que seguro estoy usted ya se habrá formulado, también se las hizo y me las formuló el enrocado lector, causante de estas entradas. Ahí va una: ¿Qué son las auroras polares?
Bastante claro y con nivel bachiller asequible. Interesante si lo completa.
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