...famoso doctor en medicina, que curó con artes maravillosas horribles heridas, la lepra, la gota, la hidropesía y otras graves enfermedades del cuerpo, y regaló sus bienes para ser distribuidos entre los pobres.
En el año 1541, el día 23 de septiembre, cambió la vida con la muerte. Paz a los vivos y descanso eterno a los difuntos”. [*]
Así se veía el más inconformista y controvertido de todos los médicos que en el mundo han sido, Philippus Aureolus Theophrastus Bombastus Von Hohenheim (1493-1541), médico suizo a quien su fuerte personalidad, buena dosis de soberbia y toneladas de arrogancia le llevaron a cambiar su nombre, nada menos que por el de Paracelso.
Que quiere decir “por encima de Celso”, el gran médico romano del siglo I, autor del libro de medicina más utilizado en el Renacimiento. Así que ya se pueden hacer una idea de por dónde andaba la autoestima del susodicho.
Enemigo declarado de los médicos griegos Galeno (130-200) e Hipócrates (460-370 a. C.), llegó a quemar en público, el día de San Juan de 1527, el grueso volumen del ‘Canon’ del científico persa Avicena (980-1037) junto con algunos ejemplares de Galeno.
Un acto inadmisible para cualquiera que no fuera él.
Sorprendentemente, a pesar de sus numerosos manifiestos en contra de la Iglesia, nunca fue declarado hereje y, como católico, fue enterrado en el cementerio de la Iglesia de San Sebastián en Salzburgo. Cosas que ocurren.
Ya sabe lo que mandó poner en su tumba como epitafio. Algo que ni el más hipocrático o galénico de los médicos hubiera soñado manifestar, de forma pública, jamás. Aunque fuera cierto.
Que para más inri no lo era.
De todas, todas, no nos debemos preocupar, ni lo más mínimo, por no considerarlo un buen médico. Todo señala a que no hay que dar crédito a semejantes y auto-adjudicados “méritos salutíferos”.
No al menos por lo que está escrito y traigo a modo de prueba.
La gota no curada
Se puede leer que en cierta ocasión, Paracelso, fue llamado por el Archicanciller del Imperio para que le curase la gota. Fue, y tras atenderlo, le prometió que en breve sanaría. Pero como las semanas pasaban y, lejos de curar, el Archicanciller se encontraba cada vez peor, Paracelso optó por escapar de la Corte. Vamos que puso tierra de por medio. Previsiblemente por temor a la deriva que pudiera tomar, el no haber curado al prócer. Natural y lógico.
No obstante Paracelso no lo vio así.
Negó la mayor y, además, lo hizo de forma ridícula. Afirmó que él no había huido, no. Sencillamente se había marchado y la razón no era otra que la de no ser un enfermo digno de ser curado por él. Qué me dicen.
En fin, una justificación para una “no cura” gotosa, que hace poco creíble su pretencioso epitafio. Esto es malo. Lo peor es que no fue la única.
Remedios vendo que para mí no tengo
Tampoco parece que dijera la verdad cuando se jactaba de poder alargar la vida de las personas, más allá incluso de la edad de Matusalén. Que como bien saben, y de acuerdo con el Génesis, fue el octavo patriarca antediluviano que llegó a vivir ciento ochenta y siete (187) años.La razón es obvia. Paracelso murió a los cuarenta y ocho (48) años, y resulta extraño que no quisiera para sí, el mismo beneficio que procuraba a los demás.
Sí, muy extraño. Aunque en puridad aquí habría algo que decir a su favor. Un atenuante.
Tal vez pudo influir la circunstancia de que, en sus últimos años, fuera un gran bebedor y que con los excesos, como comúnmente se cree, su vida se acortara. Puede ser.
Pero de ser así tenemos un problema que hace chirriar el argumentario. Ese saber, él mismo lo había advertido en una de sus famosas citas: “La dosis hace al veneno”. Una gran verdad.
Cualquier cosa que podamos imaginar, por inocente que nos parezca, puede ser un veneno, o peligroso para la salud, si la cantidad que manejemos es lo suficientemente alta. Luego, no.
Hijos de la putrefacción
En cierta ocasión, Paracelso, médico y uno de los últimos alquimistas, describió una receta para fabricar un ser humano de forma distinta al proceso natural, ya me entienden.Se trata del denominado homúnculo, una especie de hombrecillo sucedáneo de un ser humano, y que Paracelso afirmó una vez, haber creado mientras intentaba encontrar nada menos que la piedra filosofal.
Una criatura que después debía criarse con el mayor cuidado y celo, hasta que se desarrollara y comenzara a adquirir inteligencia. Aunque no llegaba a medir más de treinta centímetros (30 cm), este ente trajo cola durante un tiempo.
Más “ciencia” de Paracelso.
[*] Conditur hic Philippus Theophrastus Insignis medicina doctor qui dira illa vulnera lepram podagram hidroposim allaq insanabilia corporis contagia mirifica arte sustulit ac bona sua in pauperes distribuenda collocanq honeravit anno MDXXXXI die XXIIII Septembris vitam cum morte mutavit. Pax vivis requies aeterna sepultis.
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