Ése es el extraordinario futuro previsto. Un futuro que tiene sus orígenes, ya lo saben, en un doble pasado.
Acerca del pasado real
Un futuro que inicia su pasado real en los EEUU, en concreto en la Universidad de Hahnemann, Filadelfia, donde un jovencísimo Miguel Nicolelis, entonces con tan solo veintidós (22) años, se queda colgado, en sentido metafórico, de las neuronas y de su estudio. Estamos hablando de los inicios de los años ochenta. Se trata de un amor neuronal a primera vista. De un flechazo visionario y tecnológico.
Una visión que, no se equivoquen, llevó lo suyo empezar a hacerla realidad.
En palabras del hacedor de este milagro, lo que se suele llamar hardware, no fue lo más complicado de sacar adelante. Lo realmente difícil de resolver fue el diseño del software adecuado, para que masa cerebral y esqueleto mecánico se entendieran.
Y se entendieran no sólo bien, sino a la perfección.
Las neuronas de la corteza motora del cerebro y el chip implantado en la cabeza, encargado de recoger y enviar las señales al robot, tenían que funcionar como si fueran un sólo organismo. Sin cometer el menor de los errores.
Y no parece que los hayan cometido. Otra cuestión es el pasado de ficción.
Acerca del pasado de ficción
Se encargó de recordármelo Julio Castroviejo, compañero radiofónico en la emisora Onda Sevilla Radio 106,2 FM.Resulta que en el programa del pasado 10 de junio sacamos este tema y él, rápidamente, apuntó hacia el hombre-máquina encarnado en la saga cinematográfica de Robocop, iniciada en 1987. Un buen referente, sin duda.
Y a mí, mientras lo decía, me vino a la mente una serie de televisión un poco anterior, de los años setenta. Quizás algunos de ustedes, si peinan canas o, peor aún, si no tienen ni canas que peinar, la recuerden; su título era: El hombre de los seis millones de dólares.
Por lo que recuerdo, iba de un astronauta que había sido víctima de un grave accidente de vuelo, que dejó su cuerpo totalmente destrozado.
Pues bien, en la ficción televisiva, su cuerpo era reconstruido, pieza a pieza, en un laboratorio.
No sólo recuperaba las piernas, sino que éstas le permitían desplazarse tan rápido como un tren, a la vez que con los brazos llegaba a ser tan fuerte como Superman y creo que, como éste, podía ver a través de las paredes. En fin, es lo que tiene la ciencia-ficción, que todo es posible.
Pero bueno este pasado de ficción, como nos recuerda Ende, es otra historia y debe ser contada en otra ocasión. Hoy lo dejamos con una convicción. Ese pasado de ficción, que sin duda estimuló la imaginación de los científicos, ha dejado de ser ya una quimera.
No debemos olvidar que la ciencia-ficción es una representación de la realidad, ya que sólo la fantasía representa a lo irreal.
Y la existencia de seres humanos parcialmente biónicos es ya una realidad. Una bien diferente a la del bíblico: “Levántate y anda”.
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