Su nombre está unido a dos de las revoluciones más trascendentales de la Humanidad. En una de ellas -de contexto social, la Revolución Francesa- perdió a su padre y a su esposo, guillotinados el mismo día, en 1794.
Con la otra -de ámbito científico, la Revolución de la Química- ganó el reconocimiento social, en 1789.
Porque fue ése el año en el que su esposo, el afamado químico francés A. L. Lavoisier (1743-1794), presentó su famoso ‘Tratado elemental de la química’.
El libro con el que se inicia, de manera oficiosa, la Química como ciencia moderna y del que es su primer documento fundacional. Un hito que marca el fin de la vieja Alquimia y el nacimiento de la Química Moderna.
Una disciplina científica a cuyo desarrollo, Lavoisier, contribuye con importantes aportaciones, en muchas de las cuales su esposa, de soltera Marie Anne Paulze (1758-1836), juega un papel fundamental.
Primera química de la Revolución
La singladura científica de Marie-Anne se inicia cuando matrimonia, a la temprana edad de trece años, con Lavoisier que le doblaba la edad. Y en ella tiene especial importancia la formación que recibió de su tutor, el pintor francés J. L. David, activo participante en la revolución, con el que aprendió latín, inglés y dibujo.
Especial importancia, porque fue ella la que tradujo los libros de química al inglés y latín, unos idiomas que desconocía Lavoisier.
Y de ella son los trece grabados que ilustran el famoso ‘Tratado...’, como bien queda reflejado en la segunda edición, en la que aparecen firmados: Paulze Lavoisier.
Y como suyas son las anotaciones de los experimentos, los cálculos de las reacciones, las ilustraciones e, incluso, el diseño de algunos aparatos de laboratorio.
No hay duda de que fueron veinticinco años de colaboración, amor y entretenimientos amorosos, matrimoniales y extramatrimoniales. Que de todo hubo. Eran otros tiempos, pero está visto que para según qué asuntos, el tiempo no pasa. Hoy como ayer.
El caso es que, era frecuente que las “ausencias” de Lavoisier fueran “cubiertas”, permítanme los eufemismos, por un apasionado amigo de la familia, P. S. Duponten. Algo nada inusual en esa época, incluso estaba bien visto.
Sí, como lo lee. No se sorprenda. De hecho, el propio Lavoisier estaba al tanto del asunto y no parecía que, dicho conocimiento, enturbiara su amor y felicidad por y con ella. Cuestión de modas.
Hay matrimonios reforzados por la amistad. (Continuará)
Pero qué dices?
ResponderEliminarPito de burro
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