jueves, 13 de febrero de 2014

Leyenda de FLEMING y CHURCHILL (1)


Es probable que haya oído o leído alguna de las historias que relacionan al doctor con el político, o, al menos, eso pretenden. En principio, una más de esas narraciones, supuestamente ejemplarizantes y bonistas, del siglo pasado.

Porque ha de saber que, desde mediados del siglo XX, se cuenta una historia que relaciona a Alexander Fleming (1881-1955) con Winston Churchill (1874-1965).

Y aunque pululan distintas versiones, la más extendida narra que Alexander, cuando tenía sólo unos siete (7) años, y no muy lejos de su casa, salvó de morir ahogado al pequeño Winston, que había caído a un pantano.

Al parecer, al día siguiente del sucedido, un elegante carruaje paró en la puerta de los Fleming.

Era el padre del niño salvado que, en agradecimiento, venía a ofrecerle una recompensa económica. Y a pesar de que el padre de Alex se negó a aceptarla, llegaron a un acuerdo. El señor Churchill se haría cargo de los estudios del valeroso jovencito.

Pasó el tiempo y, como sabemos, ambos jóvenes se convirtieron en hombres importantes.

Los dos nobeles
Uno descubrió la penicilina y fue Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1945. El otro llegó a ser Primer Ministro del Reino Unido y también fue Premio Nobel, en su caso de Literatura en 1953.

Y lo hicieron sin que sus vidas se volvieran a cruzar hasta que, al parecer, una nueva desgracia lo forzara por ellos. Desgracia que, por cierto, también le tocó sufrir a Churchill, pues cayó gravemente enfermo de pulmonía.

Una enfermedad de la que, al decir popular, sanó gracias a la penicilina que le inyectó el propio Fleming.

Sí, de nuevo, el hijo del granjero salvaba al hijo del aristócrata. Ahora gracias a los estudios y conocimientos científicos que había adquirido con la ayuda económica recibida.

Como ven se trata de una historia que, de ser cierta, avalaría además un buen pensamiento. Ese aserto bonista según el cual, sólo recibimos aquello que antes hemos dado.

Estarán conmigo que la doble historia es magnífica a la vez que ejemplarizante, si no fuera por un detalle: es falsa. Falsa de toda falsedad. Se trata de una incierta leyenda urbana más, propagada por los caminos ya conocidos de estas fábulas.

Vamos que lo que les he contado, sólo es la mentira de la verdad que es la única que existe. Sólo se inventa la mentira que, además, no para de extenderse.

Y de urbana a internáutica
Es lo que tiene el avance de la ciencia, que como el progreso, no deja de progresar. Aunque por desgracia, eso no siempre signifique avance.

Creo que desde 1999, esta historia circula por Internet, más o menos en la línea misma comentada: aquello que damos, nos regresa con el tiempo. Lo que está bien en el fondo.

Lo malo es que en la forma, lo hace sin más aval que el de la impunidad que brinda el anonimato y la mera transmisión de usuario en usuario. Un proceso que coincidirán conmigo, carece del valor de la prueba.

Porque lo cierto es que la historia no es cierta. Y para apoyar esta afirmación le aporto cuatro pruebas: dos documentales y dos cronológicas.

Parece ser que la historia apareció por primera vez en 1950, en una publicación religiosa de los Estados Unidos de nombre Programas de Devoción para Jóvenes. Lo hizo bajo el artículo ‘El Poder de la Bondad’ y estaba escrita por Alice Bays y Elizabeth Jones.

En concreto es la versión del niño granjero que salva al joven rico, que le he enrocado.

Naturalmente se les inquirió a las autoras sobre la autenticidad del sucedido publicado, y ellas no dudaron en afirmar, de forma taxativa, que se habían inventado la anécdota. Dicen que sólo la verdad existe y es la mentira lo que se inventa.

O sea. (Continuará)


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