martes, 11 de febrero de 2014

Holmes, Frankestein y Profesor Tornasol


Empezamos la serie reseñera de científicos ficticios prometida, y lo hacemos en cierto orden cronológico, uno había que escoger, y con una terna, a saber: un detective y dos profesores.

Sherlock Holmes
Es el famoso personaje de ficción creado en 1789 por Sir Arthur Conan Doyle. Holmes, un detective inglés del que conviene no olvidar, es el primer detective científico de la literatura universal.

No en vano es con él con quien empieza el género detectivesco, de manera consciente y perfectible.


Y lo hace gracias a su singular inteligencia y hábil uso de la observación y el razonamiento deductivo, puestos al servicio de la resolución de sus casos policiales más difíciles.

Todo un método científico el holmesiano, por lo que resulta pertinente preguntarse:

- ¿Qué tal es la formación científica de Holmes?

- ¿Qué sabemos de sus conocimientos en las distintas disciplinas de la ciencia?

- ¿Es buena ciencia-ficción la que nos ofrece Doyle?

Además existen aspectos de su vida, aventuras y milagros que no podemos obviar ya que transcurren en un mundo que está en plena revolución científica.

Unos tiempos de cambios en los que, casi, cada día hay un nuevo descubrimiento, otro desarrollo tecnológico que transforma a la sociedad.

- ¿Cómo se reflejan esos cambios sociales en las novelas?

Victor Frankestein
Personaje importante de la novela Frankenstein, escrita por Mary Shelley en 1818. Le supongo al tanto.

Víctor, un joven de familia acomodada que, a finales del siglo XVIII se siente influenciado por las lecturas alquimistas de Paracelso y Alberto Magno, y ambiciona, como tantos otros, descubrir el mistérico “elixir de la vida”.

Un viejo sueño del hombre, desde que éste lo es.

Impresionado por la visión de los restos de un árbol, tras ser impactado por un rayo (electricidad),y la fuerte pasión que desarrolla por la química (reacciones químicas), nuestro hombre se obsesiona con la idea de crear vida.

Otro viejo sueño. El de “jugar a ser Dios”.

O lo que es lo mismo. Materia animada a partir de materia inanimada, creada por el hombre y sus técnicas científicas, sin necesidad de acto creador. Una herejía para muchos. Evolución vs creación.

La suya es la típica imagen del científico loco que nos llega vía cinematográfica en el siglo XX, Frankestein (1931), pero que no coincide con la inicial novelística decimonónica.

Aquella en la que la Shelley nos muestra más bien al prototipo de hombre cegado por la ambición y la curiosidad científica e incapaz de vislumbrar las consecuencias de su “juego creador”.

Estas cosas a veces suceden.

Profesor Tornasol
Doy por hecho que sabe de quién les escribo. Por supuesto que sí. Es imposible no saberlo.

No en vano se trata de uno de los personajes principales del célebre cómic Tintín, creado por el dibujante y guionista belga Georges Rémi, más conocido por el seudónimo artístico de Hergé. Uno de los principales les decía, tras el perrito Milú, el Capitán Haddock y, claro, el propio Tintín.

El profesor Tornasol encarna el arquetipo del científico chiflado, excéntrico y distraído, pero genial.

Las primeras características son consecuencias directas de su sordera y ensimismamiento. La última, la genialidad, lo es del elevado nivel de sus conocimientos.

Un grado de sabiduría que, si hemos de ser riguroso, alcanza la categoría de inverosímil.

Se trata por tanto de una explosiva mezcla, ésta de excentricidad, sordera y genialidad, que le hace desempeñar diferentes roles en las aventuras.

Recordemos que el profesor Tornasol hizo su aparición en El tesoro de Rackham el Rojo en 1943,

Y que su imagen, esto es un curiosidad, está basada en la de un científico contemporáneo que realmente existió: Auguste Piccard (1884-1962), físico, profesor, inventor y aventurero suizo.

En él se fijó Hergé, para recrear su alter ego, el científico ficticio Tornasol. (Continuará)

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