No. No es que el genial científico estuviera enrolado en la Marina Real, ya saben, la rama naval de las Fuerzas Armadas Británicas, fundada en el siglo XVI y la más antigua del Reino Unido.
No van por ahí los tiros.
'La Marina' a la que me refiero no es uno de los ejércitos ingleses porque, la susodicha, estaba en Sevilla. Se trataba de un establecimiento y Alexander Fleming, de alguna forma, sí estuvo en ella, en el establecimiento me refiero.
Era una especie de reconocimiento que los moradores del mismo le hacían a él y a su descubrimiento.
Pero creo que lo estoy enmarañando un poco, por lo que mejor será que le cuente la historia desde el principio.
Por el escritor peruano Leopoldo de Trazegnies (1941) y su libro Conjeturas y cojudeces (Letraz, 2000), sabemos que por los años setenta (70) del pasado siglo XX existía un lujoso burdel, bastante discreto y algo peculiar, en pleno centro de Sevilla.
Estaba situado en el Paseo Colón, en la margen izquierda de la dársena que, desde la antigüedad, constituye el mirador natural por el que Sevilla se ha asomado a su río.
Pues bien, en el portal número 20, y en la planta superior de un popular mesón, se encontraba el lupanar de marras, con algunas de sus ventanas mirando a la dársena.
Una vista marina y alegre. Habitaciones con vista a Triana.
Pero eso sí, la entrada era algo más discreta, el acceso a la mancebía se hacía por detrás.
Quiero decir por una puerta que daba a la calle trasera, que discurre paralela al paseo, en concreto en la calle Velarde.
Allí una discreta bombilla de mortecina y amarillenta resistencia, insinuaba la pendiente ascendente de una alfombrada escalera. El camino de la salvación para algunos.
Y de la perdición para otros. Por aquellos tiempos y por desgracia, poco era lo que se podía hacer, de forma realmente eficaz, para combatir muchas de las enfermedades de transmisión sexual, me refiero a las venéreas de toda la vida.
Un verdadero riesgo para la salud de generaciones y generaciones de prostitutas y sus clientes. Casi un peligro cierto.
Un accidente laboral y un quebradero de cabeza familiar para unas y otros, al que la eficacia de la penicilina puso, por fortuna, punto y final.
Con su potente acción este antibiótico suprimió uno de los mayores y más extendidos peligros de los últimos siglos: la sífilis.
Una infección de transmisión sexual crónica, producida por la bacteria espiroqueta Treponema pallidum. (Continuará)
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