martes, 25 de febrero de 2014

Amor, Machado y Ciencia (y II)


(Continuación) Manuel será el primer hijo y Antonio el segundo, de los cinco que tuvo el matrimonio Machado- Ruiz. Manuel y Antonio, Antonio y Manuel, los dos poetas, además. Por mucho que no lo quiera así el malvado Jorge Luis Borges.

Ya conocen la anécdota. En cierta ocasión, al llegar a Madrid en los años setenta, le preguntaron al malevo argentino cuál de los dos hermanos Machado le gustaba más, si Antonio o Manuel.

Y a la que contestó con un: “No sabía que Manuel tuviera un hermano que también escribiera”.

Vibórico Borges. Porque según como se mire, el sucedido, más que el de anécdota puede alcanzar el rango de categoría.

Una historia sin nada relevante en realidad, vuelvo al rio y al amor, salvo la identidad de todos sus protagonistas, me refiero a los racionales y a los irracionales, pero que contiene ciertas peculiaridades dignas de mención. Precaución.

La primera proviene del hecho de que no es Demófilo, uno de los dos protagonistas de la fluvial historia de amor, por quien la conocemos, sino por su hijo Antonio, el poeta. Nos lo cuenta así:


“Otro acontecimiento también importante de mi vida es anterior a mi nacimiento.
Y fue que unos delfines, equivocando su camino a favor de la marea, se habían adentrado por el Guadalquivir llegando hasta Sevilla.
De toda la ciudad llegó mucha gente atraída por el insólito espectáculo, a la orilla del río, damitas y galanes, entre ellos los que fueron mis padres, que allí se vieron por primera vez.
Fue una tarde de sol que yo he creído o he soñado recordar alguna vez”.

Resulta curioso que el poeta guste de evocar por escrito, una historia de cuando él no estaba aún en el mundo. De cuando ni estaba en la mente de sus padres, su existencia. Curioso.

Otras peculiaridades
La segunda de ellas está referida a la narración anterior, en particular a su final. Cuando nos dice: “Fue una tarde de sol que yo he creído o he soñado recordar alguna vez”.

A mí esa frase, y perdonen la automención, me lleva, no sé por qué extraña asociación a una de esas tres notas, que escritas en un papel arrugado, unos días después de su muerte, su hermano José encontró en un bolsillo del abrigo del poeta.

Era el último verso que había escrito y dice así: 'Estos días azules y este sol de infancia'.

La tercera de las peculiaridades guarda relación con el texto donde aparece escrita la anécdota paternal de los delfines. En realidad el ensoñamiento de Machado lo encontramos en la prosa del capítulo XLVI del primer Juan de Mairena.

Se trata del segundo sucedido que aparece debajo del epígrafe (Para una biografía de Juan de Mairena) y es aquí dónde nos comunica el poeta el importante, para él, acontecimiento fluvial.

Pero no es él quien nos lo cuenta sino Juan de Mairena, uno de sus muchos apócrifos, de sus heterónimos apócrifos.

Bueno pues ésta es la relación prometida entre el amor, Machado y los delfines. Estas criaturas oraculares a las que los antiguos griegos llamaban delphoi, esto es, úteros.

Y de las que me resta hacer un apunte científico sobre el tema: ¿Se enamoran los delfines?

1 comentario:

  1. Agradecido como sevillano amante de las artes y las ciencias.

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