lunes, 24 de febrero de 2014

Amor, Machado y Ciencia (I)


 Si bien con cierto retraso, por mero oportunismo temporal, la temática de esta entrada me viene servida. Además lo hace propiciada por un doble motivo.

Durante este Año del Señor de 2014 se conmemorará en toda España el setenta y cinco (75) aniversario de la muerte de Antonio Machado Ruiz, ocurrida en el exilio el 22 de febrero de 1939.

Pero unos días antes, el 14 de febrero, festejamos San Valentín. A San Valentín y su día, el de los enamorados, el día del amor.

Y como ya hemos enrocado en su momento, alguna que otra entrada bloguera a la familia Machado; otras tantas al santo y mártir Valentín; y otras más al amor, sus tres etapas y las hormonas presentes en nuestros organismos: testosterona, estrógenos, serotonina, oxitocina, etcétera.

Hecho esto les decía hoy les ofrezco unir los dos temas, Amor y Machado, y hacerlo, claro, a través de la Ciencia. No me ha resultado fácil, pero he encontrado un nexo, una unión que me encanta.

Me ha llegado a través de unos animales que suelen despertar en los humanos sensaciones gratificantes por un lado, y sentimientos nobles por otro. Me estoy refiriendo a los delfines.

Pero para ello necesitaremos retrotraernos en el tiempo, aunque podremos permanecer aquí en Sevilla. Si bien no estaría mal que nos acercáramos al rio Guadalquivir, más o menos a la altura de la Torre del Oro.

Y es que tenemos que ver a unos delfines en nuestro río.

Delfines en el Guadalquivir
Por lo que cuentan las crónicas, en 1879, finales del siglo XIX, un grupo grande de delfines remontó, probablemente extraviados y a favor de marea, el río Guadalquivir desde Sanlúcar de Barrameda.

Y una tarde llegaron a la misma Sevilla. Hasta los mismos pies de la Torre del Oro, donde se entretuvieron en hacer piruetas y cabriolas.

Ni que decirles tengo que la noticia corrió como la pólvora por la ciudad, y que los sevillanos se agolparon en las orillas de la calle Betis y el Paseo de Colón para, asombrados, ver el prodigioso sucedido fluvial.

Cuentan que lo hizo toda Sevilla. Desde recatadas mocitas que salieron de sus casas, hasta señores de levita del Círculo de Labradores, pasando por los trabajadores que dejaron bares y puestos de trabajo. Nadie se lo quería perder.

Todos querían ver y opinar sobre las características de los cetáceos visitantes. Eran un buen pretexto para pasar el rato. Se trataba de una nueva e imprevista diversión, que una ciudad como la nuestra no desaprovechó.

¿Y cuál es la relación de Antonio Machado Ruiz con estos delfines?
Bueno el vínculo no es directo. Resulta que entre esa multitud que se asomó al rio para ver los delfines se encontraba Antonio Machado Álvarez, Demófilo, padre del poeta a quien conmemoramos este año.

Y también acudió allí una jovencita, Ana Ruiz Hernández, que pasado el tiempo sería su mujer y madre de sus hijos. Porque a orillas del Rio Grande ocurrió lo que suele ocurrir a veces.

Los jóvenes se vieron y se miraron a los ojos. Se enamoraron y por supuesto, estamos a finales del XIX, se casaron. (Continuará)

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