Seguimos en esta cuarta entrega prontuaria, con los rayos solares, y su cósmico caminar rumbo a la Tierra. Una trayectoria a ratos recta y, a ratos, curvada en la que, a pesar de hacerla a velocidad lumínica, emplea un tiempo.
Ahora que lo escribo, caigo en que nunca mejor dicho lo de hacerlo a la velocidad de la luz aunque, bien pensado, cuál podría ser si no.
Pero bueno lo que importa es que, hasta la luz que nos llega del Sol, tarda algo en recorrer la distancia que nos separa del astro.
Es decir que la luz no se propaga de forma instantánea.
Su velocidad es muy alta, la más rápida que conocemos y que puede existir para un cuerpo material, pero no es infinita (c ≠ ∞). Su valor en el vacío es una constante universal de valor, c = 299 792,458 km/s.
Y dado que la distancia entre estrella y planeta es de unos ciento cuarenta y nueve mil seiscientos millones de kilómetros (149 600 000 km), y que el tipo de movimiento que realiza la luz es recto y uniforme (MRU), una simple fórmula cinemática aprendida en secundaria y una sencilla operación aritmética de primaria, nos indica que la luz del Sol tarda en llegarnos, aproximadamente, ocho minutos y diecinueve segundos (8,3 min).
Si a pesar de ser tan elevada su velocidad, la luz tarda más de ocho minutos en llegar al planeta, ya se puede hacer una idea de lo lejos que estamos de la estrella. Pero a lo que nos trae, que es algo más complejo.
¿Por qué el cielo tiene ese color azul?
De entrada, para poder explicar esta circunstancia necesitaremos no sólo de rayos solares. También será necesario que éstos atraviesen una atmósfera, o mezcla de gases, con cuyas moléculas interaccionarán los fotones de la luz. Y fruto de esta interacción luz-materia, es el color resultante. De modo que a diferente composición material, distinto color de cielo.
Es por tanto la composición molecular del aire terrestre, la causante del color azulado del cielo y la difusión o desviación de la luz, el fenómeno físico que lo explica.
En este caso, por la Ley de absorción de Raleigh, se demuestra que la luz más difundida es la azul, mientras que la roja es la que menos lo hace, ya que se produce una absorción selectiva.
Es decir. De los diferentes colores de la luz solar que llegan a la atmósfera, los más desviados de su dirección original, al chocar con las moléculas del aire, son los correspondientes a la zona visible del espectro electromagnético llamada violeta-azul.
Y los menos, los de la zona del rojo, que casi mantiene su dirección inicial. No entraremos por ahora en la razón de que así sea, por lo que continúo.
Son precisamente los nuevos choques que experimentan los rayos difundidos (los desviados) con otras moléculas de aire, los que hacen que este fenómeno se vuelva a repetir una y otra vez hasta que inundan toda la bóveda celeste de color azulado.
Por eso vemos iluminado el cielo. Todo él, incluso en las zonas en las que no está el Sol.
Como siempre quedo a su disposición, por si desea que amplíe el prontuario.
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