(Continuación) Y por otro, que este octogenario conserva intacto tanto, su sentido del humor como, sus afiladas dotes para el sarcasmo. Vean por qué.
“Me borré del mapa”
Es lo que decidió hacer el pasado 8 de octubre, día en el que se anunció la concesión del premio. Ocultarse del mundanal ruido mediático que se formaría. Y para ello se planificó la jornada. De entrada no fue al trabajo y, sabiendo más o menos la hora en la que se realizaría el anuncio, salió previsoramente de su casa hacia las once de la mañana. No sería dentro donde lo cogerían.
Ni corto ni perezoso, no se le ocurrió otra cosa que marcharse de compras al centro de Edimburgo durante un par de horas. Después se encaminó al barrio del puerto para comer en su restaurante favorito. Sabía que a nadie se le ocurriría buscarle allí.
Por último se fue a ver una exposición de arte, de nuevo en el centro de la ciudad, que llevaba tiempo queriendo ver. De modo que, cuando finalizó, eran ya las tres de la tarde, por lo que puso rumbo a casa.
Entonces fue cuando reconoce, que empezó a tomar conciencia de lo que se le venía encima. Lo primero que haría, nada más entrar en su domicilio, sería enterarse de lo que había pasado.
“¡Enhorabuena! ¡Mi hija me ha contado la noticia!”
Pero no le dio tiempo ni a entrar. A media calle, antes de llegar a la puerta, un coche se paró al otro lado de la calle. Era una antigua vecina de unos setenta (70) años, viuda de un juez, ¡ojo al dato!, que le gritó emocionada la frase del subtítulo anterior.Claro que él se hizo el “sueco” (perdón por la gracieta) y le contestó algo así como: “¿De qué me hablas? ¿Qué noticia?”. Como queriendo despistar con la fingida ignorancia.
Pero vaya si lo sabía.
Aunque ya había vivido falsas alarmas nobeleras, todo apuntaba a que este año sí sería. Ya desde el año pasado, la Universidad de Edimburgo tenía pleno convencimiento de ello.
De hecho, desde unos días antes del anuncio, se comprometió con el gabinete de prensa universitario a comparecer tres días después del mismo, en una rueda de prensa.
Naturalmente si se confirmaban las expectativas de la concesión del premio, como así fue. Ya había pasado, por fin se cerraba la circunferencia bosónica.
Celebración familiar
No podía faltar, si bien tuvo que esperar unos días. Los que necesitaron para ponerse de acuerdo en qué día hacerlo. Se juntaron todos: sus dos hijos, nuera y dos nietos. Y claro lo celebraron con champan y emocionados.Sobre todo uno de sus nietos de diez (10) años que, en el colegio, al entrar en el aula de ciencia se dio de cara con un poster de su abuelo. Es algo que no pasa todos los días.
Naturalmente, en la reunión, decidieron quiénes de ellos le acompañarían a la ceremonia del día 10 en Estocolmo. Todo un “momentazo”.
¿Continuará?
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