(Continuación) Calló, pero no por eso dejó de trabajar buscando nuevos argumentos copernicanos.
Hasta que en 1632 publica, y no en latín sino en su lengua vernácula, su Diálogo sobre los dos grandes sistemas del mundo. Lo hace bordeando con astucia las órdenes de la Inquisición.
Galileo pone en boca de dos personajes las ideas encontradas.
De un lado el tonto y geocentrista Simplicio, con ideas similares a las del Papa. Del otro el sagaz y heliocentrista Salviati, con las mismas ideas que Galileo. Un juego inteligente pero peligroso.
Porque, claro, la policía no es tonta. No lo ha sido nunca. Y menos si es la vaticana.
Vamos que Galileo, en esta ocasión, sobreestimó sus propias fuerzas. Es llamado a declarar a Roma y se le abre un nuevo proceso, que tiene su primer interrogatorio el 12 de abril de 1633.
Ya no será suficiente con el silencio.
Rebelde pero no mártir
A pesar de toda la literatura escrita, lo cierto es que se trató de un proceso largo y agotador. Inflexible con las ideas, inclemente con el científico, pero comprensivo con el hombre. Galileo no llegó a pisar un calabozo y, ni mucho menos, sufrió tortura. Ésa es la verdad.
El astrónomo es ya un viejo de sesenta (60) años, de salud quebrantada, y el papa Urbano VIII pone especial interés en que “sufra lo menos posible”.
De modo que, aunque amenaza y tortura están presentes, la segunda no es necesaria. Con la primera basta. No es torturado, pero se tiene que retractar.
El último gran hombre del Renacimiento abjura públicamente de sus ideas y firma, la mañana del 22 de junio de 1633, el documento en el que declara su renuncia a ellas.
Consta que, con la camisa blanca de penitente, el anciano se arrodilló sumiso sobre el pulido suelo de la nave principal del convento de Santa María Sopra Minerva y, agobiado por el calor de la cálida mañana de verano, comenzó a leer con voz suave y alta su renuncia.
Es tras esta “renuncia” leída y firmada, cuando dicen que murmura entre dientes: “Eppur si muove”. Y sin embargo se mueve.
Una cita que, de ser cierta, daría nuevas alas a su fama de rebelde.
Pero, por desgracia, no hay una sola prueba documental de que la pronunciara. Es una cita apócrifa por tanto.
No. Galileo nunca la pronunció. La frase es la mentira de la verdad de esta historia. La leyenda.
No tenía ni idea de esta historia. Le felicito por las temática que escoge
ResponderEliminar