Aunque no tenga ni la menor idea de Física Cuántica o de partículas, cualquier periodista sabría reconocer todos y cada uno de los ingredientes informativos que acompañan a la historia existencial de tan extraordinaria partícula.
Su enorme potencial para ser una gran noticia mediática. Una noticia que, además, es científica. Con lo que eso implica.
No parece que esté mínimamente aceptado, aún en estos inicios del siglo XXI, que las Ciencias sean también Humanidades junto con las Artes y que ambas, unidas, conformen lo que llamamos Cultura. Pero ese es otro tema, por lo que vuelvo a la noticia.
Y pocas, muy pocas, les decía han logrado el impacto del bosón de Higgs. Bueno, en puridad, sí hubo una. Una tan solo. La noticia periodística de la Teoría de la Relatividad General (TRG) del físico germano-estadounidense Albert Einstein (1879-1955).
O mejor dicho de sus teorías (fueron dos), enunciadas en las primeras décadas del pasado siglo XX.
Él fue el primer científico mediático de la historia. Quien por cierto prefería llamar a su teoría, de la invarianza, en vez de la relatividad, por razones obvias. En cualquier caso, un Einstein SuperStar.
Una historia, de la mal llamada “partícula de Dios”, que tiene su intrahistoria basada en un solo personaje central, Peter Higgs, cuatro momentos históricos a lo largo de los siglos XX y XXI, y otros tantos escenarios todos ellos europeos.
La que hoy, en su honor, lleva su nombre. Eran tiempos de especulaciones e hipótesis.
Para que tuviera lugar el segundo de estos sucedidos pasaron, nada menos que cuarenta y ocho (48) años, es decir ya en los albores del siglo XXI.
Porque no fue hasta julio de 2012 cuando, en el Centro Europeo de Física de Partículas (CERN), cerca de la suiza Ginebra, se demostró la existencia del bosón de Higgs. Se hizo en el Gran Colisionador de Hadrones (LHC).
La hipótesis pasaba a ser teoría. La anécdota adquiría rango de categoría.
Y pocas noticias científicas en los últimos cien años, por no decir ninguna -basta con visitar las hemerotecas y hojear y ojear las publicaciones periódicas de sus estantes, para darse cuenta de ello-, han tenido tanta relevancia informativa y provocado un impacto mediático tan grande como el de este descubrimiento.
De ahí que fuera más que previsible la concesión de algún que otro reconocimiento público, en forma de premio. Estaba cantado. Les apunto un par de ellos. Uno por proximidad geográfica y orgullo patrio, otro por relevancia social y prestigio científico.
Me refiero, claro, a los premios Asturias y Nobel.
Él fue el primer científico mediático de la historia. Quien por cierto prefería llamar a su teoría, de la invarianza, en vez de la relatividad, por razones obvias. En cualquier caso, un Einstein SuperStar.
Una historia, de la mal llamada “partícula de Dios”, que tiene su intrahistoria basada en un solo personaje central, Peter Higgs, cuatro momentos históricos a lo largo de los siglos XX y XXI, y otros tantos escenarios todos ellos europeos.
Hipótesis y teoría
Cronológicamente, el primero de estos hitos arranca en 1964, casi cincuenta años ya, con la publicación por parte de Higgs, como catedrático de la Universidad de Edimburgo, junto con otros colaboradores, de una hipótesis sobre la existencia de esta partícula subatómica.
La que hoy, en su honor, lleva su nombre. Eran tiempos de especulaciones e hipótesis.
Para que tuviera lugar el segundo de estos sucedidos pasaron, nada menos que cuarenta y ocho (48) años, es decir ya en los albores del siglo XXI.
Porque no fue hasta julio de 2012 cuando, en el Centro Europeo de Física de Partículas (CERN), cerca de la suiza Ginebra, se demostró la existencia del bosón de Higgs. Se hizo en el Gran Colisionador de Hadrones (LHC).
La hipótesis pasaba a ser teoría. La anécdota adquiría rango de categoría.
Y pocas noticias científicas en los últimos cien años, por no decir ninguna -basta con visitar las hemerotecas y hojear y ojear las publicaciones periódicas de sus estantes, para darse cuenta de ello-, han tenido tanta relevancia informativa y provocado un impacto mediático tan grande como el de este descubrimiento.
De ahí que fuera más que previsible la concesión de algún que otro reconocimiento público, en forma de premio. Estaba cantado. Les apunto un par de ellos. Uno por proximidad geográfica y orgullo patrio, otro por relevancia social y prestigio científico.
Me refiero, claro, a los premios Asturias y Nobel.
Me parece un punto de vista curioso el que utiliza para introducir el tema. Le felicito
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