miércoles, 11 de septiembre de 2013

El mito del camaleón del cambio de color


Por la documentación existente, el mito y la realidad camaleónicas, ambas juntas, nos vienen de lejos. De la antigua Grecia.

Ya en el siglo IV a.C, el gran Aristóteles (384-322 aC.) había escrito sobre este animal y, sorprendentemente, tocaba algunas de las teclas correctas sobre cual podía ser la causa del reptilero cambio de color.

Según el sabio se podría deber al miedo, a la agresividad o a diversos factores psicológicos que él no llegó a detallar, pero que apuntaba.

Por esta vez no andaba descaminado el hombre, pero por desgracia su idea no caló lo suficiente entre sus congéneres.

Apenas había pasado un siglo cuando un tal Antígono de Caristo (~240 aC.) se descolgaba con otra distinta y errada idea, precisamente la del mito. El motivo del cambio no era otro sino, el del camuflaje. El de confundirse con el entorno para huir de sus predadores.

Pero como le suele ocurrir al ibérico e internacional rio Guadiana, con el tiempo esta nueva ocurrencia desapareció. De hecho, en el Renacimiento, esta hipótesis sobre el camuflaje se había olvidado en la noche de los tiempos.

Pero guadiánico al fin y al cabo, en el siglo XX, el mito volvió a reaparecer de la mano del cine, la televisión e internet. Y esta vez para quedarse, por lo visto, una buena temporada entre nosotros.

Porque no importa cuántas veces y de cuántas formas se explique que no es cierto. Que se trata de una explicación incorrecta. Nada. Ni te escucho cartucho, que se decía antaño.

Ni la cantidad ni la calidad de las mismas sirven de nada.

Como con otros mitos, para el inconsciente colectivo, lo explicado es como el que oye llover. Y como se oye pero no se escucha, pues no se entera. Como nos vino a decir el pensador, la estupidez insiste siempre, a pesar de que la realidad se muestre tozuda.

Otros mitos camaleónicos
Por cierto que otro de los mitos asociado al camaleón es el de suponer que vivían de la luz y del aire.

Una creencia que se perpetuó durante siglos sustentada, probablemente, por ser animales de costumbres diurnas, comer muy poco, permanecer inmóviles durante mucho tiempo y moverse muy lentamente cuando se desplazan.

Sencillamente, para alimentarse, esperan a que la víctima se ponga a tiro. Su larga, musculada, rápida y pegajosa lengua hace el resto.

Y por supuesto, a la vista está que es otro mito, el creer que los camaleones son incoloros, y que adoptan el color del fondo donde están.

Caen por su propio peso, en estos tiempos que corren, otros supersticiosos mitos como que, arrancado el ojo derecho del animal aún vivo y puesto en un vaso con leche de cabra, aclaraba la vista de la persona que lo ingería.

O que su lengua, atada a la cintura de una mujer estando encinta le facilitaba el parto. O que su cola detenía el curso de los ríos. En fin.

Creo que fue Plinio quien nos refiere que Demócrito escribió todo un libro de estas supersticiones camaleónicas.

No es de extrañar que con todo lo dicho hasta ahora, sobre este peculiar y casi demoníaco animal, la misma Biblia prohibiera comerlo. Sí como lo lee. Y esto no es un mito, sino realidad.

Ya ve, hasta de qué menores asuntos se encarga el Señor.


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