Para algunos, la expresión Crónicas marcianas puede que no sea más que el título de un exitoso programa de televisión de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Un late show emitido entre 1997 y 2005. Que es mucho tiempo en este mundo.
Y, precisamente por el largo tiempo de emisión, y porque era mucho el poder de ese medio de comunicación por aquel entonces, y muy poco el del sistema educativo, no nos debe extrañar la asociación.
Sin embargo, como otros no ignoran, antes de ser un programa televisivo fue (es) un libro escrito por el escritor estadounidense Ray Douglas Bradbury (1920-2012).
Crónicas marcianas (1950) es una colección de relatos sobre la colonización del planeta Marte, por parte de una humanidad que abandona la Tierra en sucesivas oleadas. Una humanidad que sueña con reproducir en el planeta rojo otra Tierra.
Una civilización de hamburguesas y perritos calientes en el jardín a mediodía, y de cómodos sillones y limonada en el porche al atardecer. La ciencia ficción como bisturí para diseccionar el estilo de vida estadounidense.
Pero claro, los colonos no llegan solos y sin prejuicios al nuevo mundo. De modo que su llegada no sale gratis. Nada lo es en el Universo.
Llevan consigo toda una panoplia de enfermedades que terminaran diezmando a los marcianos. Además, cuando amartizan, no están dispuestos ni a renunciar ni a transigir con nada, mostrando muy poco respeto por la cultura planetaria, que por otro lado es misteriosa y fascinante.
Por supuesto que los marcianos intentan protegerse de la rapacidad terrícola. Pero bueno, ya saben cómo acaban estas cosas. Y hasta aquí puedo leer, que decían en otro popular programa de televisión, Un, dos, tres.
Con esta obra, Bradbury, nos desvela cómo sería la utopía que perseguía la Humanidad por aquel entonces, y a lo largo de todo el siglo XX: llegar a Marte.
De forma familiar y futurible despliega ante los marcianos un abanico de pasiones y sentimientos humanos: ira, envidia, celos, amor que los dejan perplejos. Y eso que son más inteligentes que nosotros, más sagaces y más sofisticados.
De nuevo la ciencia ficción como bisturí para diseccionar, ahora, las pasiones humanas.
Y hasta aquí quiero llegar. No les cuento más de la ficción literaria, pero por ahí van los tiros. Una buena lectura para estas tardes de estío.
Otra cuestión es la realidad de la aventura espacial. De ésa sí les puedo decir algo. Si bien desde los años setenta del siglo pasado ya se programaban misiones espaciales, no fue hasta los inicios del siglo XXI, en 2001, cuando lograron mandarse sondas al planeta rojo.
La Phoenix fue en 2008 la primera en ofrecer imágenes que se difundirían por televisión.
Y el robot Pathfinder, en 2011, nos hizo ver que el sueño de Bradbury era posible y no tan lejano en el tiempo. En ese mismo año, nada menos que seis aparatos construidos por la raza humana habían aterrizado en su superficie.
Pero las cosas cambian.
No sabía nada de lo que escribe. Lo leeré
ResponderEliminarHace tiempo que no recomienda un libro.
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