Sí. Coincido con usted. Vaya tontería de pregunta. La respuesta es más que evidente y, de hecho, suele ser la más abundante en todas las encuestas. Y es que es obvia. No. Es más. Es bastante obvia.
Quizás demasiado, fíjense lo que les digo.
Por eso sería bueno recelar de ella. La experiencia personal y profesional me dice que hay que huir siempre de lo evidente. Por lo general suele portar en su interior un error de apreciación.
Como es el caso.
De casi todos es conocida que la trayectoria descrita por la Tierra en su movimiento de traslación alrededor del Sol (Eppur si muove) no es una circunferencia sino una elipse. Una línea curva, cerrada y plana en la que el Sol ocupa uno de sus focos.
De forma que hay veces que la Tierra está más cerca del Sol, ciento cuarenta y siete millones de kilómetros (147 00 000 km), y otras más lejos, ciento cincuenta y dos millones de kilómetros (152 000 000 km).
Es decir una diferencia de distancia de cinco millones de kilómetros (5 000 000 km). Que unido a la simple lógica empírica que nos dice que al acercarnos al Sol, es seguro que sentiremos más calor, nos hace afirmar sin solución de continuidad que, en verano, estamos más cerca del Sol.
Elemental, mi querido Watson.
Sí. Elemental, mi admirado Holmes. Pero equivocado. Basta que lo piense con algo de detenimiento. En poco tiempo apreciará al menos dos fuentes de error. La primera es una cuestión de medidas, como diría el poeta sevillano.
Todo es cuestión de medida un poco más, algo menos...
Aunque la diferencia absoluta de distancia al Sol es de cinco millones de kilómetros y, por supuesto no lo vamos a negar, a escala humana se trata de un valor inconmensurable, lo cierto es que a nivel estelar no pasa de ser una nimiedad. Una insignificancia cuantitativa casi despreciable a nivel astronómico.
Dado que la distancia media al Sol es de unos ciento cincuenta millones de kilómetros, la diferencia entre ambas posiciones extremas de cinco, sólo supone una variación relativa del tres coma tres por ciento (3,3%).
Un valor que implicaría una diferencia en el calor recibido por la Tierra de apenas un siete por ciento (7%) entre una época y otra. Un valor demasiado pequeño que no justificarían, ni cualitativa ni cuantitativamente, las diferencias térmicas entre ambas estaciones, verano e invierno.
Además, si fuera la distancia al Sol el factor determinante de las estaciones, en nuestro hemisferio norte los inviernos serían cálidos y los veranos frescos. Algo que los sevillanos, por no ir más lejos, sabemos de buena tinta que no es cierto.
Luego no. La distancia al Sol no es la razón del calor estival. Aunque tal errada suposición nos lleva a hacernos una pregunta: ¿De dónde nos viene ese conocimiento erróneo?
¿De dónde nos viene ese conocimiento erróneo?
Vaya por delante que esto que les voy a decir ahora es sólo una opinión. Una en particular. La mía para ser más concreto. Una apreciación más intuida que demostrada. Tengo para mí que dicha confusión nos viene de las ilustraciones que acompañan los textos de los libros de ciencias. En ellos es frecuente ver dibujada la órbita de nuestro planeta como una elipse de gran excentricidad, es decir muy pronunciada.
Cuando lo cierto es que esta excentricidad es muy pequeña, del orden de 0,1 en una escala de 0 a 1. Lo que significa que, en realidad, la trayectoria de la Tierra es bastante más parecida a una circunferencia que a una elipse.
Sin embargo, ya ven cómo se ve en los libros. (Continuará)
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