lunes, 13 de mayo de 2013

Eugenia Sacerdote de Lustig


Cuando esta turinesa decidió estudiar Medicina no era, precisamente esa, una de las carreras a la que accedieran de manera fácil las mujeres.

Para que se hagan una idea, en 1930, de los quinientos (500) estudiantes inscritos en dicha facultad, sólo cuatro (4) eran mujeres.

Eugenia, su prima Rita y dos señoritas más. Ni siquiera un uno por ciento (0,8 %). Les estoy hablando de hace poco más de ochenta años. Que se dice pronto.

Y por supuesto que no lo tuvieron fácil. En absoluto. Pero ellas dos lograron formar parte de un grupo de cuatro ayudantes que, en su cátedra de Histología en la Universidad de Turín, creó el profesor Giuseppe Levi.

Era uno de los centros de investigación más avanzados de Europa, donde Eugenia se convirtió en una especialista en el cultivo de tejidos vivos “in vitro”. Una técnica novedosa y poco conocida por aquel entonces.

Lo que resultaba ser muy prometedor desde el punto de vista profesional. Lo que ya no lo era tanto, y esto en lo personal, fueron las leyes antisemitas que, en 1939, promulgó el gobierno fascista de Mussolini y que la obligaron a emigrar.

Bueno, en realidad, emigraron los cuatro. Aunque con destinos diferentes. Su prima y los otros dos investigadores a EEUU. Ella a Argentina, acompañando a su marido M. Lusting, que trabajaba para la Pirelli y que fue destinado allí.

Una circunstancia, como veremos más adelante, que marcará su vida profesional.

Mi Buenos Aires querido
A su llegada a la Argentina, y como no le reconocían el título de médica, tuvo que desempeñar distintas tareas hasta conseguir entrar en la cátedra de Histología Embriológica de la Universidad de Buenos Aires.

Lo logró porque, en primer lugar, se trataba de un puesto que no quería nadie. No solo tenía un sueldo muy bajo sino que, para más inri, éste salía del dinero que no se gastara en la reposición de materiales dañados. Vamos, una joyita laboral.

Y en segundo lugar porque era la única persona en el país, que conocía la técnica de cultivo de tejidos vivos in vitro. Ésa fue su suerte. Aunque, eso sí, tenía que estar muy pendiente de que nadie rompiera nada. Por la cuenta que le traía.

En 1956, siendo ya Jefa del Departamento de Virología del Instituto de Bacteriología Malbrán, el gobierno argentino la envió a EEUU y Canadá, para que se especializara en la técnica de vacunación poliomielítica del virólogo estadounidense Jonas Salk (1914-1995), quien en 1955 había descubierto y desarrollado la primera vacuna contra la poliomielitis segura y efectiva.

Era una misión, la de Sacerdote, de lo más delicada. Para muchos se trataba, casi, de un asunto de estado. El país, Argentina, sufría en esos momentos una terrible epidemia de poliomielitis, a la que no lograban poner fin. Y para eso iba ella. Para saber cómo ponérselo.

La primera en probar la vacuna poliomielítica en Argentina 
Y lo supo. A su vuelta, lo primero que hizo fue probar en ella misma y sus hijos la vacuna. Lo segundo, decirlo públicamente. Un gesto que ayudó mucho a la concienciación del desconfiado pueblo y a la propagación masiva de su uso. Objetivo cumplido.

Autora de más de doscientas publicaciones nacionales e internacionales y de un libro de su especialidad, Eugenia continuó como investigadora del CONICET y supervisando otros muchos trabajos relacionados con el mal de Alzheimer, la lucha contra el cáncer, estudios histológicos, etcétera.

Entre otros reconocimientos y galardones, en 1992 ganó el Premio Hipócrates, el más importante de la medicina argentina. Una ironía si tenemos en cuenta que nunca le reconocieron su título italiano en dicha especialidad.

Con noventa y cinco (95) años, sí ha leído bien, publicó su autobiografía, que dice la escribió para sus nietos. Lo llaman ilusión.

De modo que pocas cosas le faltaban a esta mujer por obtener, a esas alturas ya de su vida. Bueno, le quedaba, y le quedó, una.

A propósito del Nobel 
Lo que no llegó a obtener Eugenia Sacerdote de Lustig (1910-2011) fue el Premio Nobel de Medicina y Fisiología, como sí lo consiguieron los otros tres compañeros que emigraron a EEUU. Su marcha a la Argentina, sin tantos medios económicos destinados a la investigación, fue decisiva.

Pero nadie, nadie, pone en duda que el nivel intelectual y profesional de la Sacerdote fueron, como mínimo, igual al de sus laureados compañeros. De modo que fue, sólo, una cuestión de suerte, de mala suerte, el no obtenerlo.

Se ve, qué según para que cosas, no es lo mismo Argentina que los EEUU.

Eugenia es otra Hacedora de la Ciencia, que podría haber obtenido también el deseado galardón. Pero la vida la llevó por otros derroteros.

Ella es un buen ejemplo del Club de Ignoradas del Nobel. Uno tan selecto, científicamente hablando, como el de galardonadas, pero más exiguo si cabe. Apenas media docena. Una auténtica barbaridad.

Ciencia tiene género femenino, femenino singular.

De la prima Rita 
A propósito, no quiero que se me pase. Su prima Rita tiene de apellidos Levi-Montalcini (1909-2012). Sí, la Premio Nobel en Fisiología y Medicina de 1986, que trajimos hace unas semanas.

Y según cuenta, hasta la muerte de Eugenia, cada domingo sin falta, las dos nonagenarias primas, Rita era dos años mayor que Eugenia, hablaban por teléfono. Una constancia que bien se refleja en el libro que Eugenia recomendaba de su prima, ‘El as en la manga’.

Donde insiste en una idea que las retrata: lo mucho que a un viejo le queda por hacer, a pesar de la edad que tenga. Pone de ejemplos a Galileo, Ben Gurion, Miguel Angel o Picasso.

Desde ese punto de vista coincido con usted. Queda casi todo, señora. Les dejo con una de sus citas: “La búsqueda de la verdad debe estar guiada por la ética”

2 comentarios:

  1. Una seguidora del blog13 de mayo de 2013, 9:19

    Ya era hora que volviera a escribir sobre científicas

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  2. QUE MARAVILLOSA MUJER... OJALÁ EXISTIERAN PROFESIONALES ASÍ EN ESTE PAÍS CON ESA PASIÓN DEDICACIÓN Y AMOR AL SER HUMANO.. EXCELENTE ESCRITO

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