El recomendado de hoy, Aves de América, no es el típico libro de los que les enroco para que lo compre, por interesante y barato. No. No quiero dejar el menor resquicio a la confusión, al menos sobre lo último.
Desde hace años se trata del libro más costoso de la historia del hombre, de modo que mejor se conforma con saber algo de él. De su contenido y de su historia, que tiene un valor científico interesante, aunque no sea millonario como el económico.
En la actualidad, de los doscientos (200) ejemplares que de esta obra publicó su autor, el naturalista John James Audubon (1785-1851), tan sólo se conservan completos ciento diecinueve (119) en el mundo, de los que once (11) están en manos privadas y el resto, ciento ocho (108), pertenecen a universidades, bibliotecas y museos.
Si a esta circunstancia le unimos que esta obra, Birds of America (1840), ha inspirado a diversas generaciones de ornitólogos y es citada, hasta tres veces, por Charles Darwin (1809-1882) en El origen de las especies (1859), no nos debe extrañar su más que alta cotización económica actual.
Cuestión de calidad y cantidad. Mucha de una y poca de otra. La ley de la oferta y la demanda.
Del autor y su obra
Aunque nacido en el Caribe y criado en Francia, su desarrollo como ornitólogo, naturalista y pintor tuvo lugar en los EEUU, donde había llegado como soldado de Napoleón y desertado después. Se ve que los intereses humanos cambian con el tiempo.
Nacionalizado estadounidense, con treinta y cinco años se planteó pintar a todas y cada una de las aves de América, siempre en su entorno y desde diferentes ángulos. Algo que nadie había hecho nunca.
Sin duda un monumental proyecto que le mantuvo ocupado durante más de dos décadas, en las que recorrió todo el continente pintando a mano en láminas de tamaño natural, las cuatrocientas treinta y cinco (435) especies recogidas en el libro.
Pero para dibujarlas o pintarlas, Audubon, tenía primero que matarlas, y no de cualquier manera. Tenía que ser con un disparo certero y en un lugar del cuerpo, donde los destrozos no fueran irreparables. Después utilizaba alambres para mantenerlas derechas y conseguir una postura natural rodeada de material de su propio hábitat.
Una forma de trabajar totalmente inusual en aquella época, que suponía un gran contraste con las rígidas representaciones de sus contemporáneos. Una divergencia profesional que le proporcionó alguna que otra contrariedad.
Por ejemplo a la hora de querer publicar su obra en Filadelfia, lo que no consiguió. En buena medida porque, con su novedoso planteamiento, se había granjeado la enemistad de varios de los principales científicos de la Academia de Ciencias Naturales de la ciudad.
Es lo que suele suceder cuando se nada contracorriente.
De ahí que nuestro hombre se planteara cruzar el Atlántico. Finalmente, en 1826, embarcó junto con su portafolio lleno de ilustraciones hacia Londres. Y al llegar su suerte cambió.
En aquella época, comienzos del siglo XX, los británicos apreciaban mucho las imágenes sobre la naturaleza del Nuevo Mundo. De hecho nunca tenían suficientes imágenes de los bosques de EE. UU.
Y claro que gustó el magnífico trabajo de Audubon. Apodado el "The American Woodsman" (El leñador americano), nada más llegar, consiguió las finanzas necesarias para publicar Birds of America. Y tuvo un éxito tremendo.
Incluso el rey Jorge IV se convirtió en un admirador de Audubon, que llegó a ser nombrado miembro de la Royal Society. El segundo estadounidense en lograrlo tras Benjamin Franklin (1706-1790).
Addenda
Eran otros tiempos y otros los criterios, con los que se juzgaba la caza indiscriminada de animales por parte del hombre, y su responsabilidad en la extinción animal. Eran otros tiempos, pero los hechos están ahí. El mismo Audubon llegó a escribir: “Digo que hay pocas aves, cuando mato más de cien en un día”. Un loable gesto de arrepentimiento que, por desgracia, no parece que fuera más allá.
No obstante, estuvo considerado como el primer ornitólogo de América.
No hay comentarios:
Publicar un comentario