viernes, 8 de marzo de 2013

CARRETERA ELCANO


Tal vía se encuentra (encontraba) en la barriada de El Elcano y no muy lejos de la calle Lyon donde el CEIP homónimo. Su elección nos lleva de cierta manera, a uno de los contenidos de estas entradas, que no es otro que el comercio.

En realidad, la auténtica razón de la expedición.

Ya lo hemos comentado. Magallanes, con la expedición, no pretendía ni mucho menos, dar la vuelta al mundo. Es que ni se le había pasado por la cabeza semejante idea.


Lo que él quería era llegar por un camino más corto a las Molucas, situadas encima de Australia, y de esta manera hacer más rentable, el que ya era uno de los negocios más lucrativos del momento, el comercio de las especias.

Hacerse con el control de estas islas -que durante los siglos XV y XVI fueron objeto de deseo de ingleses, holandeses, españoles y portugueses- era fundamental, ya que se trataba de la única región productora de nuez moscada y otras especias muy apreciadas en Europa.

Y la idea era llegar a ella, navegando siempre por aguas de Castilla.

Pero sabido es que el hombre propone y Dios dispone.

Los apuros de la travesía
Fue un viaje de treinta y dos mil millas (32 000 mi) navegadas, atravesando tres mares y bordeando otros tantos continentes. Un viaje al fin del mundo con billete de vuelta, en el que vivieron de todo.

Desde burlar a los portugueses y luchar contra el hambre y la incomprensión. Hasta ver cómo algunos de los marineros fueron presos por los portugueses.

El cronista del viaje, Antonio de Pigafetta, nos ofrece un dantesco testimonio al escribir en su diario de a bordo:

“El agua que nos vemos obligados a beber esta igualmente podrida y hedionda. 

Para no morirnos de hambre, nos vimos aun obligados a comer pedazos de cuero de vaca con que se había forrado la gran verga para evitar que la madera destruyera las cuerdas. 

Este cuero, siempre expuesto al agua, al sol y a los vientos, estaba tan duro que era necesario sumergirlo durante cuatro o cinco días en el mar para ablandarlo un poco; para comerlo lo poníamos en seguida sobre las brasas.” 


Y junto al lucrativo negocio, por primera vez un europeo daba a conocer el estrecho de Magallanes, el océano Pacífico, la Patagonia o el primer documento disponible acerca del idioma cebuano, de Filipinas. Por no iterar lo ya dicho.

Unos descubrimientos que, a nadie escapa, dieron lugar a una corriente comercial transoceánica que uniría, para siempre, Europa, América y Asia. Y hasta aquí llegó Magallanes.

Porque la decisión de la vuelta la tomó Elcano
Porque fue Elcano quien decidió en Filipinas, tras morir el portugués, navegar hacia el oeste por el Índico hasta alcanzar el continente africano. Y una vez doblado el cabo de Buena Esperanza, poner proa a España.

Y de aquella decisión nació la leyenda y el fundamento de esta historia.

A su llegada a Sevilla, la nao Victoria lo hacía con sus bodegas llenas de especias con cuya venta se pagaron, colmadamente, los gastos ocasionados para armar las cinco naos de la flota.

Un cargamento de más de quinientos quintales (500 q) de clavo y otras especies (arroz, canela y ámbar), además de alguna madera de sándalo.

Abro paréntesis para recordarle que el quintal es una antigua unidad de la magnitud masa, que equivale aproximadamente a unos cuarenta y seis kilogramos 46 kg, uno de cuyos divisores es la arroba, cuarta parte de un quintal. Cierro paréntesis.

Así que, vuelvo a la expedición, doble éxito: comercial y científico.

Protagonismo sevillano
Se afianzaba así el protagonismo histórico del Guadalquivir y Sevilla, que había comenzado con otras expediciones y descubrimientos unas décadas antes, y que desde su fundación en 1503 fueron coordinadas por la Casa de la Contratación.

Un organismo creado por la corona española, para controlar todas las cuestiones relativas a la navegación y el comercio.

Ciudad y río se convierten, por esta circunstancia, en el centro del mundo moderno occidental. Durante más de un siglo serían la puerta de entrada por donde se introdujeron enormes riquezas, nuevos conocimientos y productos como oro, plata, perlas, tabaco, cacao o maíz.

Lo que provocaría en ella una revolución sin precedentes, que la terminaría convirtiendo en una gran urbe donde recalaban comerciantes, banqueros, artistas, marinos artesanos y mercaderes.

Una ciudad donde se decía que “latía el corazón del mundo”. Sevilla tuvo que ser.

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