Situado en el cruce de las avenidas Molini y la Raza, se trata de una obra racionalista del arquitecto sevillano José Espiau y Muñoz (1879-1938).
Uno de los principales representantes de la arquitectura regional de la primera mitad del siglo XX y del que, a modo de anécdota, diremos que nació en el mismo año que lo hizo A. Einstein y T. A. Edison desarrolló su primera bombilla eléctrica.
Del edificio debemos decir que más que una construcción historicista, se trata de una interesante obra del movimiento racionalista en Sevilla.
Una pionera de la edificación en bloques de nuestra ciudad y una de las primeras viviendas colectivas, promovidas por empresas y sindicatos para sus trabajadores.
A destacar los elementos de la fachada con sus vanos rectangulares, la aplicación del ladrillo, el escalonamiento de sus tres cuerpos, e incluso la distribución de sus escaleras.
Vamos un edificio construido con lógica.
De la esfericidad de la Tierra
Un edificio construido con la misma lógica que, ya en tiempos remotos, había llevado al hombre a la conclusión de que la Luna y el Sol, que se mostraban como un disco circular, debían de tratarse de cuerpos esféricos. Y no cónicos o cilíndricos como podría también pensarse. El razonamiento no era otro que el de deducir que si el astro iluminaba al planeta y proyectaba su sombra sobre la superficie del satélite, la única forma geométrica cuya sombra es circular es la esfera, por tanto la tierra tenía que ser esférica.
Pero eso estaba bien a la hora de pensarlo sobre el papel, en teoría. En la práctica, sobre la superficie terrestre, cualquier observador poco atento, podría no darse cuenta de su curvatura. Es tan grande el comparado con cualquiera de nosotros.
Baste pensar que a la línea de la superficie que vemos la llamamos horizonte, como si fuera recta; es decir, como si la Tierra fuera plana. No, no era fácil caer en el detalle.
Así que hubo que esperar casi dieciséis (16) siglos para tener la primera prueba empírica de la esfericidad terráquea. Aunque su objetivo no era ése.
En realidad su objetivo no era otro que el de alcanzar las islas de las especias, a través de occidente. Pero ocurrieron otros sucedidos.
En el camino murieron más de dos centenares de hombres. En 1520 cruzaron un paso que bautizaron como Estrecho de Magallanes. Claro, que otro nombre ponerle si no.
Y se encontraron con el mayor de los océanos al que le pusieron de nombre Océano Pacífico, pues por esas fechas lo encontraron en calma. Y eso que tardaron cien (100) días en cruzarlo.
Como sabemos, Fernando de Magallanes, falleció combatiendo contra los indígenas en una de las islas que había descubierto y a las que bautizaron con el nombre de Filipinas, en honor del hijo de Carlos V.
Por lo que no pudo terminar la circunvalación terrestre. Una proeza que sí la logró, como capitán al mando, Juan Sebastián Elcano. Lo hizo en la nao Victoria y eran solo dieciocho (18) hombres. Los únicos que habían logrado sobrevivir al viaje.
Entre ellos el piloto Francisco Albo, el maestre Miguel de Rodas, el contramaestre Juan de Acurio y el sobresaliente Antonio Pigafetta. Precisamente el personaje que nos ocupa a continuación y que nos traslada a un nuevo enclave, la Barriada Elcano.
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