Otras dificultades
Ni que decir lo que ocurrió cuando intentó conseguir un puesto en la Universidad, una vez acabada la carrera. Fue rechazado en todos los departamentos (Por los golpes bajos de Weber). A la falta de trabajo de ambos se unió una contrariedad más. La ayuda económica que su familia le enviaba todos los meses se cortó. Nuevamente el negocio familiar había quebrado.
La situación se hizo desesperada y Einstein tuvo que trabajar en lo que saliera: clases particulares, realizando cálculos, enseñando en una escuela. Cualquier trabajo por muy esporádico que fuera, era bueno.
Y en el aspecto familiar las cosas tampoco pintaban bien. Su madre no veía con buenos ojos su relación con Mileva. No sólo la consideraba inferior, sino que pensaba que era demasiado mayor para él: “Debes tener una auténtica mujer a tu lado. Cuando tú tengas 30 años, ella será una vieja bruja”.
En fin. Una madre es una madre.
Además, a los pocos meses, era declarado inepto para el servicio militar, a causa de ser pies planos y tener venas varicosas. Buenas noticias en lo personal, y no eran las únicas.
En lo académico, publicó un trabajo sobre capilaridad, en la prestigiosa revista Annalen der Physik, y de la que el propio Einstein declaró que: “...no valía nada”. Ya entonces tenía un nivel de exigencia, muy por encima del de los demás mortales.
Y en lo profesional, también en ese mismo año, su buen amigo M. Grossman le posibilitó que se presentara a una plaza en la Oficina de Patente en Berna. Plaza que consiguió, pero a la que no pudo incorporarse por problemas administrativos, hasta junio del año siguiente.
No obstante, en los meses de espera consiguió una plaza como profesor temporal en la Escuela Técnica de Winterthur. Fue en ese tiempo cuando terminó un trabajo sobre Termodinámica que presentó para la obtención de su doctorado.
Desmotivado en lo familiar, su madre no terminaba de aceptar a Mileva (Echarás a perder tu futuro...).
Sin interés por alcanzar el grado de doctor, le rechazaron su primer trabajo para el doctorado (No tengo intención de conseguir el doctorado, creo que no es más que una comedia aburrida, carta a Besso en 1903).
Sin apenas recursos económicos, ganaba muy poco, cuando ganaba. Y, lo que es peor, casi siempre estaba sin empleo, ya que eran cortos los contratos que conseguía como interino en distintas universidades.
Así que no le faltaba razón cuando le confesaba a su querida hermana Maja: “Si todo el mundo viviera una vida como la mía, no habría necesidad de novelas”.
En la primavera de 1902 puso un anuncio en un periódico local, su traducción podría ser: “Clases particulares intensivas de matemáticas y física para estudiantes y alumnos. Albert Einstein, con diploma federal de maestro. Calle de la Justicia 32, 1er. piso. Clase de prueba gratis”. Cobraba tres francos la hora.
Fue el anuncio que leyó M Solovine, un joven inquieto por iniciarse en “los misterios de la física” y al que, poco después, se uniría un estudiante de física, C. Habicht.
Lo cierto es que las clases no le dieron mucho dinero, Einstein bromeaba diciendo que sacaba más dinero tocando el violín en la calle.
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Dios aprieta pero no ahoga
No. No soplaban buenos vientos para los enamorados aunque, a veces, parecía que amainaba. A comienzos de 1901 el joven Albert adquiría, por fin, la deseada ciudadanía suiza. Ya no era un apátrida. Además, a los pocos meses, era declarado inepto para el servicio militar, a causa de ser pies planos y tener venas varicosas. Buenas noticias en lo personal, y no eran las únicas.
En lo académico, publicó un trabajo sobre capilaridad, en la prestigiosa revista Annalen der Physik, y de la que el propio Einstein declaró que: “...no valía nada”. Ya entonces tenía un nivel de exigencia, muy por encima del de los demás mortales.
Y en lo profesional, también en ese mismo año, su buen amigo M. Grossman le posibilitó que se presentara a una plaza en la Oficina de Patente en Berna. Plaza que consiguió, pero a la que no pudo incorporarse por problemas administrativos, hasta junio del año siguiente.
No obstante, en los meses de espera consiguió una plaza como profesor temporal en la Escuela Técnica de Winterthur. Fue en ese tiempo cuando terminó un trabajo sobre Termodinámica que presentó para la obtención de su doctorado.
No ahoga, pero apura
Si bien los dos primeros artículos que le publicaron ya dejaban entrever al genial científico que revolucionaría nuestra percepción del Universo, en su conjunto, las perspectivas que se abrían ante el hombre no eran muy halagüeñas. Desmotivado en lo familiar, su madre no terminaba de aceptar a Mileva (Echarás a perder tu futuro...).
Sin interés por alcanzar el grado de doctor, le rechazaron su primer trabajo para el doctorado (No tengo intención de conseguir el doctorado, creo que no es más que una comedia aburrida, carta a Besso en 1903).
Sin apenas recursos económicos, ganaba muy poco, cuando ganaba. Y, lo que es peor, casi siempre estaba sin empleo, ya que eran cortos los contratos que conseguía como interino en distintas universidades.
Así que no le faltaba razón cuando le confesaba a su querida hermana Maja: “Si todo el mundo viviera una vida como la mía, no habría necesidad de novelas”.
Akademie Olympia
Les decía que de trabajo y dinero, tenía lo que le salía y se procuraba. En la primavera de 1902 puso un anuncio en un periódico local, su traducción podría ser: “Clases particulares intensivas de matemáticas y física para estudiantes y alumnos. Albert Einstein, con diploma federal de maestro. Calle de la Justicia 32, 1er. piso. Clase de prueba gratis”. Cobraba tres francos la hora.
Fue el anuncio que leyó M Solovine, un joven inquieto por iniciarse en “los misterios de la física” y al que, poco después, se uniría un estudiante de física, C. Habicht.
Lo cierto es que las clases no le dieron mucho dinero, Einstein bromeaba diciendo que sacaba más dinero tocando el violín en la calle.
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