... a la adolescencia pre-atea
Cuando Albert comenzó a dar matemáticas superiores, y teniendo doce años, la lectura de un librito de geometría euclidiana lo absorbió por completo.Era un libro de texto vulgar que sin embargo, lo deslumbró por el despliegue que hacía del poder del pensamiento puro.
Con el tiempo se referiría a él como “su libro santo de la geometría” y el impacto fue tan fuerte como el que, siete años antes, le había producido la brújula.
En la imagen una nota personal, de un adolescente Einstein, sobre el teorema 3 en el “sagrado libro de geometría”.
De hecho le provocó una nueva fe, su “segundo arrebato religioso”, muy diferente al primero.
Ahora entendía a Dios de otra forma. Era un Dios peculiar, que él ya siempre identificó con la Naturaleza. (Creo en el Dios de Spinoza, que se nos revela en la armonía que rige a todos los seres del mundo, no en el Dios que se implica en los destinos y acciones de los hombres).
Con la perspectiva que da el tiempo, ý analizadas en profundidad, muchas de las opiniones que Einstein hizo a lo largo de su vida fueron, en realidad, las de un ateo. Nunca concibió una deidad personal.
Sin duda su concepción religiosa influyó sobre su evolución científica.
Y en el aborrecido instituto
En cierta ocasión un profesor (sí, el de griego) le llamó la atención en clase. Le indicó que su presencia distraía y afectaba al resto de los alumnos, por lo que prefería que no permaneciera en ella.
“¡Pero si no he hecho nada malo!”, contestó Einstein. “Sí, es verdad –replicó el profesor-. Pero te sientas en la última fila y sonríes”.
Es de aurora boreal que el adolescente Einstein no podía, o no quería, disimular ni la aversión que le producían el draconiano método de enseñanza del colegio, ni el comportamiento de los profesores.
Lo evidenciaba con su conducta y las preguntas que hacía en clase. Unas preguntas para las que no siempre los profesores tenían respuesta. Una situación embarazosa.
No. Albert no ayudaba, precisamente, a la convivencia escolar. De ahí el: “Tu mera presencia hace que la clase no me respete”.
La unión con su hermana Maja seguía igual; ahí los vemos en 1893
Conflicto ciencia-creencia
Fue un estudiante de medicina judío y pobre, Max Talmey -durante años invitado a comer todas las semanas en casa de los padres de Einstein- quien potenció su afición por aprender. Lo hizo al ponerle en contacto con libros de divulgación científica de la época. Con trece años, Albert se entregó a una lectura apasionada y vehemente que provocaron en él, un fuerte sentimiento antirreligioso.
Pronto se dio cuenta de que la historia de la Ciencia no coincidía con la de la Biblia.
Su inteligencia le decía que tenía que renunciar a ésta, o al menos a parte de ella, con el consiguiente conflicto emocional. Una lucha que lo transformó de creyente en escéptico, dejándole con la sensación de haber sido engañado.
Lo que, sin duda, acentuó su rechazo y recelo ante todo tipo de autoridad. (Para castigarme por mi desprecio a la autoridad, el destino me convirtió a mí mismo en una autoridad).
Con la ayuda de Talmey, analizó Principios de la geometría plana del matemático y profesor alemán Theodor Spieker (1823-1913), aprendiendo después, y por sí mismo, los elementos de cálculo. Con posterioridad, Talmey, amplió su formación orientando sus lecturas hacia la filosofía.
Con trece años ya leía a Immamnuel Kant (1724-1804) encontrándolo, incomprensiblemente, comprensible. No olvidemos que Kant está considerado como uno de los pensadores más influyentes de la Europa moderna y de la filosofía universal.
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