martes, 25 de diciembre de 2012

PLAZA DE AMÉRICA DE SEVILLA, 1929 (I)


Ubicada en el extremo sur del Parque de María Luisa (41013), fue diseñada y construida por el arquitecto sevillano Aníbal González Álvarez-Ossorio (1876-1929) entre 1913 y 1916, para la futura Exposición Iberoamericana de 1929.

Se trata de un conjunto espacial que se compone, entre otros elementos arquitectónicos y escultóricos, de un largo jardín central flanqueado por tres edificios, cada uno de un estilo distinto, y una explanada abierta.

Los edificios colindantes son, por el norte, el Museo de Artes y Costumbres Populares, de estilo mudéjar; por el sur, el Museo Arqueológico, de estilo renacentista; y, por el sur, el Pabellón Real, de estilo gótico.

El flanco oeste se encuentra despejado, aunque se trata de un terreno que tiene dueño natural. Mejor dicho dueñas: las palomas.


La plaza de las palomas
Ellas son las que mandan allí desde que, a finales de los años veinte, Rosario, la hija de un guarda jurado del parque las terminara acostumbrando a ese entorno, a base de darles de comer en la explanada.

Desde entonces, las palomas, no sólo forman parte del paisaje urbano de la plaza, sino que han terminado cambiándole el nombre. Para los sevillanos, esa plaza no es la de América, sino la ‘de las palomas’.

No en vano forma parte del paisaje sentimental de generaciones de sevillanos, que hemos pasado allí muy buenos y malos momentos de nuestra infancia, dando de comer a las palomas.

Porque, ¿quién no ha sentido la magia y el miedo que nos causaba el hecho de extender la mano para que se posaran en ella a comer?

Una mano llena de los arvejones que nuestros padres nos compraban en los puestos que estaban allí, desde las primeras horas del día. Un día mágico, ése en el que nuestros padres nos decían que íbamos a la plaza de las palomas.

Sin embargo, a pesar de la denominación popular, su nombre oficial es el que es. Y eso que sabemos lo que sabemos, las pruebas documentales están ahí y son las que son.

Pero qué verdad es que la realidad se muestra tozuda.

La realidad se muestra tozuda 
Resulta curioso que en Sevilla nada menos, y en la primera mitad del siglo XX además, a una plaza que se construye con motivo de la Exposición Iberoamericana de 1929, se la llame de América.

Claro que a la exposición también se la llamó iberoamericana, que también tiene lo suyo. Pero a lo que vamos.

Plaza de América, en vez de Colonia, de Coloncia o cualquier otro nombre que se le ocurra a usted ponerle, a esas nuevas tierras. El que sea.

Pero que lo relacione con Cristóbal Colón, su descubridor. Digo yo.

Pues no. Curioso, pero es así. Ya hemos comentado en alguna que otra entrada, que este asunto nominativo colombino viene de lejos. De lejos, entiéndanme, en el tiempo que no en el espacio.

Si retomamos el hilo de su intrahistoria habría que reseñar que el cambio de denominación, de América por Terra Incognita, -ya realizado por el propio Martin Waldseemüller entre 1507 y 1513, en un fallido intento de rectificar su inicial error- tardó bastante en ser aceptado y adoptado por el resto del mundo. (Continuará)


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