(Continuación) En vacaciones, ni que decirles tengo, es una guerra diaria tener que explicarles -y explicarnos, cuando los niños éramos nosotros- que se debe esperar a hacer la digestión porque, sino, puede ser peligroso.
Pero, ¿qué de verdad hay en dicha aseveración?
¿Se trata de una de esas frases que acaban grabándose en el subconsciente a fuerza de oírlas, y que acatamos aunque se desconozca la explicación que les da sentido? O acaso actuamos bien, haciéndola cumplir a los pequeños a nuestro cuidado.
¿Mito o realidad? ¿Qué dice la ciencia al respecto?
De entrada vaya por delante que usted estará actuando de forma responsable, si hace que sus hijos guarden esas dos horas. Aunque, eso sí, no por lo que usted cree. Pero lo estará haciendo bien.
Resulta que hay una base científica para el consejo de esperar dos horas.
Pero como todo en esta vida, el asunto no es tan simple como aparenta. Nada resulta de cerca como nos parece de lejos. En todo existe, como diría aquél, la verdad de la mentira y la mentira de la verdad.
Es lo que tienen los mitos, que llevan realidad y fantasía de la mano.
Como de la mano van los dos procesos fisiológicos que necesitamos conocer, para poder comprender la razón de este mito: digestión y reflejo de inmersión. Empecemos con el proceso digestivo y lo que le atañe.
Acerca de la digestión y el corte de digestión. O la mentira de la verdad
Antes que nada matizar, que cuando decimos “hacer la digestión” no nos referimos a todo el conjunto de procesos que tiene como fin la obtención de nutrientes a partir de los alimentos. No. Aludimos sólo a aquel proceso que se produce en el estómago y que puede durar desde minutos a dos o más horas, según la calidad y cantidad de la ingesta.
Un proceso que tiene lugar gracias al ácido clorhídrico HCl (aq) y las enzimas que segrega nuestro estómago y que degradan los alimentos que ingerimos, gracias al importante componente muscular que posee.
Hablábamos de esto hace tan solo unos días.
Un proceso que exige gran cantidad de oxígeno O2(g) y que el estómago toma de los vasos sanguíneos del aparato digestivo que se dilatan, para favorecer así el proceso.
Lo que trae consigo que otras zonas del cuerpo, como por ejemplo la cabeza, reciban menor cantidad de sangre.
Una disminución del riego sanguíneo cuyos efectos, en mayor o menor grado, todos conocemos.
Les hablo de la modorra que nos entra tras la comida y que nos conduce a la típica “cabezadita” o “cabezada”, cuando no siesta. Una de esas que nuestro Premio Nobel en Literatura de 1989, Camilo José Cela, ensalzaba hacer “con pijama, Padrenuestro y orinal”.
Bueno. Ya saben que don Camilo practicaba de forma habitual el sarcasmo. Algo más que palabras. (Continuará)
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